DescargarDr. César Enrique Pineda.
Universidad Nacional Autónoma de México, Ciudad de México, México.
cesar_e_pineda@politicas.unam.mx

 

I.

Los conflictos socioambientales son conflictos de poder sobre la naturaleza que llevan a cabo poderosas entidades corporativas y estatales. Conflictos por los modos de apropiación, ocupación y acaparamiento de territorios, así como de los bienes comunes naturales. Se trata de formas de apropiación que disuelven los metabolismos socioecológicos que no se reproducen ―aunque sea parcialmente― por el mercado y la lógica de la acumulación.

Tales conflictos emergen de la asimetría entre potentes fuerzas tecnoproductivas del capital (las cuales intervienen y rehacen la naturaleza como nunca en la historia) y otros modos de reproducción social vital. Se manifiestan por el creciente colapso de las condiciones de reproducción de la vida humana y no humana provocado por un modo de apropiación y transformación de la naturaleza que resulta insostenible.

La conflictividad socioambiental seguirá creciendo, como lo ha hecho en las últimas décadas:  tres cuartas partes de la superficie planetaria ya han sido intervenidas y alteradas, no por la humanidad en abstracto, sino por un modo específico de apropiación de los bienes producidos por la naturaleza: la de la producción infinita de riqueza, cuya esencia es la expansión.

Todas las civilizaciones en la historia humana han intervenido y transformado la naturaleza para asegurar su propia reproducción, pero nunca el ritmo, escala y volumen de dicha intervención había sido tan radical y potente. Más importante aún, nunca en la historia esos modos de apropiación habían estado dominados por el mercado y la lógica de producción infinita de valor.

La contradicción entre los ritmos de los ciclos de acumulación de capital y los ciclos biogeoquímicos de renovación, adaptación y disolución propios de la naturaleza se aceleró vertiginosamente durante la mundialización de libre mercado del neoliberalismo. El cambio climático o la acidificación de los mares son procesos simultáneos y recíprocos a la concentración de tierras y la utilización monopólica de la reproducción biótica de las especies para fines de acumulación de capital. No sólo asistimos a una excesiva y contaminante extracción de materia y energía, sino a una desbordada capacidad de apropiación, acaparamiento y ocupación mercantil, la cual invade territorios, culturas, economías de subsistencia y ecosistemas por igual.

Por todo ello, las luchas y conflictos por la apropiación de la naturaleza y en defensa de la vida humana y no humana definirán nuestro tiempo. De ahí la creciente urgencia de comprenderlos y estudiarlos a profundidad, como es el objetivo de este número de Iberoamérica Social.

II.

Las históricas relaciones de intercambio ecológico desigual entre el norte y el sur del mundo, entre la ciudad y los territorios rurales, o bien entre centro y periferia, siguen vigentes, y se han reactualizado e intensificado a través del régimen de acumulación trasnacional. El consumo de energía y materia de las economías avanzadas se ha vuelto insostenible al igual que su huella ecológica, y por supuesto, la degradación entrópica y los desechos que dejan a su paso.

Según informa Global Footprint Network, Japón requirió 7.7 veces su propio territorio en recursos para satisfacer el consumo de sus habitantes durante 2019. Los países llamados desarrollados se han convertido en exportadores de basura hacia los países en vías de desarrollo. China solía recibir anualmente 7.6 millones de toneladas de desperdicios de papel, metal y plásticos hasta que en 2017 decidió cerrar sus fronteras para la basura del mundo desarrollado. Casos similares son Malasia y Filipinas, quienes incluso han devuelto contenedores con millones de toneladas a sus países de origen, como Canadá.

En África es bien conocido el ecocidio provocado en el Delta del Níger por la extracción petrolífera, y en especial el escalamiento y descomposición social en un conflicto que llegó a la lucha armada como boicot a las compañías petroleras trasnacionales, como Exxon y Shell, entre muchas otras.

Estos ejemplos llevan a cuestionar el papel de América Latina en la conflictividad socioambiental mundial, así como su rol en el abastecimiento de un sistema internacional irracional. Los productos de forraje de los monocultivos brasileños se trasladan hasta China para mantener la creciente producción de carne, generando una enorme mochila ecológica a causa del movimiento que requiere grandes cantidades de energía. A partir del agua chilena privatizada se producen aguacates que son consumidos en la alta cocina europea; asimismo, de las granjas salmoneras de dicho país se exporta pescado hacia todo el continente, dejando una creciente estela de desechos en los lugares de cultivo.

El ciclo extractivo reciente —alentado por los gobiernos progresistas en la efímera fase de ascenso de los precios de las materias primas por la alta demanda china—no muestra únicamente las relaciones asimétricas y de dependencia de los motores de crecimiento económico, sino también la generalización de un modo productivo y de apropiación sin futuro.

En nuestro continente la crítica es decisiva. Una crítica no sólo al modo de relación histórica de intercambio ecológico desigual, sino a la reproducción de un modo productivo-consuntivo insostenible, justificado discursivamente por las enormes desigualdades que atraviesan a América Latina y la pobreza que persiste en ella. Empero, el camino que han tomado los gobiernos latinoamericanos —incluyendo los llamados progresistas e incluso revolucionarios— ha desatado una oleada de resistencia comunal, indígena, campesina y ambientalista. Un ciclo de protestas ante la intensificación de un modelo que, en nombre del fin de la pobreza, está extinguiendo las condiciones de reproducción de las naturalezas humanas y no humanas.

América Latina es parte del campo de batalla de territorialidades en disputa. De ahí el énfasis regional necesario en los estudios críticos, en los que se enmarca el presente número de Iberoamérica Social.

III.

La transformación de la naturaleza por la acción humana orientada hacia la producción de valor es dramática y perturbadora. Es el sentido de crisis civilizatoria y de creciente posibilidad de colapso ambiental mundial lo que vuelca nuestra mirada a la forma de producir y consumir a través de la naturaleza en las sociedades de mercado.

El informe para 2019 de la Plataforma Intergubernamental Científico-normativa sobre Diversidad Biológica y Servicios de los Ecosistemas (IPBES) advierte que se detecta una declinación sin precedente de la naturaleza y de los servicios ecosistémicos, así como una aceleración de las tasas de extinción de las especies. De todas las variables estudiadas por la Plataforma ―que van desde la polinización a la calidad del agua, pasando por la regulación climática, la degradación de suelos, además de la creación y mantenimiento de hábitats, las cuales suman 18 categorías en total―, 14 presentan disminución y deterioro. El 47% de los ecosistemas naturales de todo el mundo se han degradado. Alrededor del 25% de las especies de flora y fauna ya están en riesgo de extinción. La biomasa de mamíferos silvestres a nivel mundial se ha reducido un 82%.

El Atlas Mundial de la desertificación señala porcentajes de degradación de tierras en América Latina alarmantes. Tan sólo en México se trata del 32.9% del territorio. En Brasil, el 36%. En Argentina el 40%. En Paraguay la cifra asciende al 62.3%.

De ahí la urgencia de replicar por todos los medios los efectos socioambientales de la apropiación de la naturaleza, los cuales también son inmateriales, como la extinción de saberes agroecológicos o  la desarticulación de culturas de subsistencia. De ahí también la necesidad de tener una perspectiva panorámica sobre América Latina y su conflictividad, y en especial una visión crítica que permita comprender lo irracional del modelo de apropiación de la naturaleza y su control creciente de la reproducción biótica; o bien, en otras palabras, de cómo el capital ha puesto a la naturaleza a trabajar.

Los  textos que integran este número son cinco perspectivas que abonan a una diversidad que puede ayudar a alcanzar estos fines; ellos se ocupan desde el análisis de la conflictividad en la región hasta el papel de los mass media en las disputas por la naturaleza, pasando por casos emblemáticos de extracción y proyectos de mega infraestructura.

En medio de la emergencia climática y de la crisis civilizatoria en curso, los esfuerzos investigativos y analíticos para comprender las contradicciones y antagonismos por la apropiación de la naturaleza son cada vez más necesarios. Este número, coordinado por Raul Olmedo y Marx Gómez, es un valioso aporte y un cajón de sastre para mirar críticamente a América Latina y sus territorios en disputa.

Es urgente revisar estos valiosos artículos, como es urgente prepararse para las transformaciones radicales que ya sufre el planeta entero, dominado por la lógica de los mercados. Pero todavía más urgente es avizorar, comprender y estudiar las alternativas existentes y emergentes. Esa es también la discusión que recorre todos los textos aquí presentes; discusión que debe llevar a la brevedad a la acción en todos los niveles y escalas, en todos los rincones de la biosfera para preservar la vida humana y no humana, así como para garantizar la reproducción vital. Son muchos y muchas los que ya lo están haciendo, a los cuales debemos sumarnos. Esas luchas comunitarias, campesinas, indígenas y ambientalistas son, probablemente, la única ventana hacia el mañana.

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