DescargarCatalina Rodas Quintero.
catarodasq@gmail.com

Laura Juliana Cortés Buitrago.
ljcortesb@unal.edu.co

Lina Gabriela Cortés Osma.
gabs9321@gmail.com

Daniela Rodrìguez Rojas.
rodríguezrojas.daniela@gmail.com

Universidad de Buenos Aires, Buenos Aires, Argentina.

Recibido:15/10/2020 – Aceptado: 08/01/2021

 

Resumen: En este artículo reflexionamos sobre jerarquías heredadas de la modernidad/colonialidad, como ejes que nos permiten argumentar en favor de la transdisciplinariedad en las ciencias sociales. Este enfoque supera miradas dicotómicas y logra lecturas holísticas de nuestra realidad, con el propósito de enfrentar los retos que nos impone la pandemia. A partir de una perspectiva latinoamericanista, feminista y decolonial estudiamos lo sucedido durante los primeros meses tras la llegada a la región de la COVID-19. En primer lugar, abordamos la jerarquización entre lo productivo y lo reproductivo, que ha sido determinante en el transcurso de la pandemia. Luego, observamos la separación entre lo humano y la naturaleza que ha devenido en la configuración de una serie de causas socioambientales de la pandemia, que solo pueden ser explicadas de manera transdisciplinar. Después cuestionamos la jerarquía constitutiva del sistema científico actual que da primacía a la razón moderna/colonial sobre otros saberes. Además, analizamos la situación política de la región, a partir de la falsa dicotomía entre salvaguardar la vida o rescatar la economía. Finalmente, presentamos algunas conclusiones preliminares de este diálogo de saberes.

Palabras clave: Pandemia, ciencias sociales, transdisciplinariedad, modernidad/colonialidad, Latinoamérica.

Abstract:In this article, we reflect on inherited hierarchies from modernity/coloniality, as conceptual axes allowing to argue in favor of the transdisciplinarity in social sciences. This approach overcomes dichotomous perspectives and achieves more holistic readings of our reality, aiming at facing societal challenges brought by the pandemic. Drawing on a latinoamericanist, feminist and decolonial perspective, we study what happened during the first months after the COVID-19 pandemic hit the Latin American region. First, we address the hierarchy between the productive and the reproductive, that has been decisive in the course of the pandemic. Then, we will analyze the detachment between humans and nature resulting from a complex setting of socio-environmental causes of the pandemic, which can only be explained by a transdisciplinary approach. Thus, we question the constitutive hierarchy of the current scientific system that gives primacy to modern/colonial reasoning over other knowledges. Furthermore, we examine the political situation in the region, based on the false dichotomy between safeguarding life or rescuing the economy. Finally, we present some preliminary conclusions.

Key words:Pandemic, social sciences, transdisciplinarity, modernity/coloniality, Latin America.

 

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Introducción

“Estás muteada”, “se te congeló la imagen”, “se escucha muy entrecortado”, se convirtieron en las frases más repetidas en medio de la pandemia. Mantenemos los ojos firmes en la pantalla, hacemos de cuenta que estamos en un espacio silencioso y tranquilo, mientras a nuestro alrededor la vida de la casa sigue sucediendo. Se abren y se cierran puertas, lxs niñxs lloran, pasa alguien con el almuerzo caliente, se escucha el grito del afilador de cuchillos en la calle. Las espaldas ya están cansadas de tantas horas sentadxs en la misma posición. No hay cuerpos. No hay miradas. No hay abrazos. Solo imágenes digitales.

Pero claro, esto no ocurre con todas las personas, pues hay quienes ni siquiera tienen un computador o un celular para mirar a la pantalla o no tienen cómo conectarse a una red wifi. Los privilegios de clase permiten a unxs seguir estudiando y trabajando desde la comodidad de sus hogares, mientras otrxs perdieron sus trabajos o deben salir a la calle, bien sea porque debido a la precarización laboral o a los altos niveles de desempleo en América Latina se ganan solo el sustento para el día a día o porque sin sus labores no es posible la supervivencia de la sociedad. Y son estxs lxs peor pagadxs, que por estos días han sido denominadxs trabajadorxs esenciales.

Además, durante la pandemia y el confinamiento el discurso científico se ha convertido en el soporte de las decisiones políticas de los gobiernos nacionales. Nuestras acciones y decisiones han pasado a ser conducidas por uno de los mecanismos más efectivos de control social jamás utilizado: los virus. Como resultado de las decisiones políticas y de los discursos científicos se han evidenciado estos binarismos que tejen las estructuras sociales y los imaginarios narrativos: cuerpo vs. mente, emoción vs. razón, espacio privado vs. espacio público, entre otros.

Son justo estos binarismos heredados de la modernidad/colonialidad los ejes desde los cuales nos proponemos reflexionar, con el objetivo de argumentar en favor de la transdisciplinariedad en las ciencias sociales. Ello para superar las miradas dicotómicas y lograr lecturas holísticas, con el fin de enfrentar los retos que nos impone la pandemia. A partir de una perspectiva latinoamericanista, feminista y decolonial, analizamos lo sucedido durante los primeros meses tras la llegada del virus, en los que, en algunos países de la región, se decretaron diferentes medidas de aislamiento social. Asimismo, este artículo es una apuesta por superar nuestros nichos, pues las autoras provenimos de cuatro disciplinas distintas: ciencias políticas, sociología, estudios literarios y comunicación social-periodismo, y escribimos desde dos países de América Latina: Argentina y Colombia. Por estas múltiples razones, este texto ha sido tejido como un diálogo de saberes y experiencias colectivas.

En un primer momento abordaremos la jerarquización entre lo productivo y lo reproductivo que abarca otras oposiciones determinantes en el transcurso de la pandemia, tales como lo masculino y lo femenino, la razón y la emoción, lo individual y lo colectivo, lo privado y lo público. En el segundo apartado, analizaremos la separación que se ha impuesto entre lo humano y la naturaleza que, desde una mirada patriarcal y capitalista, ha ubicado al hombre blanco en la cúspide de la pirámide social y le ha otorgado la potestad para apropiarse de las tierras, los “recursos” y los cuerpos que considere necesarios para el “desarrollo”. Situación que ha devenido en la configuración de una serie de causas socioambientales de la pandemia, que solo pueden ser explicadas de manera transdisciplinar.

En tercer lugar, cuestionamos la jerarquía constitutiva del sistema científico que da primacía a la razón moderna/colonial sobre otros saberes y que deriva en instituciones que monopolizan la voz y las formas de actuar frente a la pandemia. Luego, describiremos la falsa dicotomía a partir de la cual se han orientado las decisiones de los Estados latinoamericanos: salvaguardar la salud de la gente o rescatar la economía y enunciaremos los principales debates que lxs cientistas sociales latinoamericanxs deberían atender desde una mirada transdisciplinar. Por último, presentamos algunas conclusiones preliminares de este diálogo.

La jerarquía “productivo/reproductivo” en cuestión

La desigualdad que produce el capitalismo hace que la pandemia afecte de maneras distintas a lxs habitantes de un mismo territorio, pues jerarquiza los cuerpos de tal forma que solo las clases altas y medias altas se permitan el distanciamiento social. Andan en sus propios autos, se van a sus fincas fuera de la ciudad y tienen las mejores atenciones médicas gracias a la medicina prepagada a la que pueden acceder. Mientras las clases subalternas usan el transporte público para ir a trabajar, asisten a centros médicos públicos desfinanciados y regresan a sus casas muy juntas, unas sobre otras o que comparten entre varias familias. “Lávate las manos”, repiten los medios de comunicación, lxs presidentxs, las vallas, pero, y si ni siquiera hay servicios públicos, ¿cómo conseguir el agua?

“El virus es igualitario –se prende a todo cuerpo–, pero sus efectos se cumplen diferencialmente en un orden de desigualdades” (López, 2020, p. 75), lo que deja en evidencia que la raza, la clase y el género se imbrican para reproducir la violencia de este sistema y, durante la pandemia, atraviesa unos cuerpos más profundamente que otros. A quienes se encuentran en el fondo de la pirámide social, lxs históricamente excluidxs, “los sistemas de salud las, les y los han clasificado bajo una lógica darwiniana como parte de quienes no tienen utilidad y por eso deben morir” (Galindo, 2020, p. 121). Afirmación que puede ser sustentada por el concepto foucaultiano de biopoder, en el que el autor se pregunta qué es el racismo, a lo que responde: “El medio de introducir por fin un corte en el ámbito de la vida que el poder tomó a su cargo: el corte entre lo que debe vivir y lo que debe morir” (Foucault, 2001, p. 230). Es así como hay unos cuerpos que importan menos que otros, unos que se pueden sacrificar y exponer al virus cotidianamente: lxs encargadxs de los domicilios, en su mayoría migrantes, que andan en sus bicicletas y motos para llevar la comida y los pedidos a quienes siguen recibiendo sus salarios desde casa; las empleadas domésticas((Hablamos de empleadas domésticas en femenino pues es una tarea que ha sido generizada con la división sexual del trabajo en la que los cuidados de los hogares y lxs niñxs queda a cargo de las mujeres. En el caso de este oficio, cabe aclarar que además de generizado está racializado, pues existe una gran cantidad de mujeres afrodescendientes, indígenas y migrantes que realizan estos trabajos para las familias blancas de clase media y alta.)); lxs porterxs.

Asimismo, los controles estatales se aplican con distintas estrategias, dependiendo del barrio. En Colombia, al inicio de la cuarentena, en los barrios ricos la Policía daba conciertos o clases de aeróbicos para que lxs vecinxs salieran a los balcones a divertirse o ejercitarse; en los barrios empobrecidos, por el contrario, hubo represión, militarización, uso desmedido de la fuerza y violación de derechos humanos. Por ejemplo, en el barrio Sinaí, ubicado en un sector periférico de Medellín, los militares((Hablamos de militares en masculino porque es una tarea que ha sido generizada. En las fotografías publicadas por los medios de comunicación, se observan solo militares varones que custodian el barrio Sinaí.)). encerraron a lxs habitantes con vallas e impidieron su circulación más allá del perímetro señalado, hasta con helicópteros custodiaron la zona, con el argumento de que el barrio se estaba convirtiendo en foco de infecciones. La gente solo pedía alimentos para sus familias((Para ampliar este caso se recomienda leer la nota El encierro del Sinaí, publicada en el periódico Universocentro: https://quarentena.universocentro.com/letras/el-encierro-de-sinai/)). Estas situaciones no corresponden a casos aislados, sino que se repiten en varios países de nuestra región.

En algunos territorios ni siquiera fue necesaria la presencia de la Fuerza Pública para ejercer el control sobre los cuerpos y el cumplimiento de las medidas establecidas por los gobiernos, puesto que lxs civiles mismxs se encargaron del disciplinamiento de lxs otrxs, con gritos, insultos y amenazas. Lo anterior permite ver de qué manera, en medio de la cuarentena estricta, los lazos de solidaridad se rompen y los discursos que priman son los de la vigilancia y la individualidad, es así como “la asociación entre discurso bélico y la figura del «ciudadano policía», erigido en atento vigía, dispuesto a denunciar a su vecino al menor desliz en la cuarentena» (Svampa, 2020, p. 26), disuelve la idea de comunidad porque cada persona se encarga de su propia supervivencia. Hace que lxs otrxs, quienes no puedan quedarse en sus casas, sean señaladxs como lxs enemigxs, lxs peligrosxs y responsables de los contagios.

Además, cada casa, balcón o terraza se hace un panóptico desde el cual seguir los movimientos de lxs demás, lo que produce una sensación de vigilancia y de control permanente y, por tanto, miedo a circular, así se estén tomando las precauciones necesarias. Se trastoca así el binarismo entre lo público y lo privado; la movilidad y la cotidianidad pasan a ser objeto de control, ya no solo estatal sino de la colectividad. En últimas, el discurso del cuidado individual encubre prácticas autoritarias de control basadas en lógicas según las cuales los otros cuerpos son la amenaza.

En contraste, el cuidado colectivo toma un protagonismo sin precedentes, más que nunca se hace evidente la importancia de quienes nos sanan, nos cuidan y nos alimentan. Se torna indispensable para la comprensión de los hechos la problematización que los feminismos han planteado sobre las tareas del cuidado y la poca relevancia que se les han atribuido en el modelo capitalista patriarcal, pero que la pandemia pone en el centro de la escena porque se evidencia su papel para el sostenimiento de la vida y el funcionamiento social. «Tan importante es el cuidado que no sólo debemos pensarlo como derecho sino también como responsabilidad. El problema de mercantilizarlo es que están quienes pueden pagarlo y quienes no, como todo en este capitalismo» (Botto, 2020, p. 204).

De esta forma, se comprueba lo vitales que son los cuidados de lxs niñxs en las casas, de lxs adultxs mayores, de la población en riesgo, de los hogares, además de los cuidados alimentarios y de salud, labores que se habían pasado por alto en las prioridades del capitalismo, patriarcal per se y que no son remuneradas. Es así como a las tareas del cuidado y de reproducción de la vida se les ha feminizado y restado valor por cuanto discursivamente se les ha asociado con la “naturaleza” o la “esencia” de las mujeres, que deben hacerlas por el amor a su familia, sin reconocer que es un momento clave en la producción y que hace parte de la división sexual del trabajo, que expone Silvia Federici:

Porque tan pronto como levantamos la mirada de los calcetines que remendamos y de las comidas que preparamos, observamos que, aunque no se traduce en un salario para nosotras, producimos ni más ni menos que el producto más precioso que puede aparecer en el mercado capitalista: la fuerza de trabajo (Federici, 2018, p. 30).

Con lo anterior, se hace manifiesta la necesidad de integrar lo reproductivo en los análisis de las ciencias sociales en tanto ha sido relegado y separado de lo productivo. Las economías feministas tejen ese puente y llaman la atención sobre este punto. Pero no podemos dejar esa labor solo a las aristas feministas de las ciencias, sino que es menester estudiar una realidad en la que lo privado y lo público se trastocan, y superar la división entre lo productivo y lo reproductivo, y para ello se requiere de ciencias sociales que se adapten y que se hagan cada vez más transdisciplinares y transversalmente feministas.

Asimismo, resulta potente pensar en la articulación de los estudios de las emociones o el llamado giro afectivo de las ciencias sociales (Lara & Enciso, 2013) para la superación de los binarismos y la división de las disciplinas:

Las emociones hacen cosas, alinean a los individuos con sus comunidades, o el espacio corporal o social… En lugar de considerar las emociones como disposiciones psicológicas, debemos estudiar, de manera concreta y particular, cómo trabajan para mediar la relación entre lo psíquico y lo social (Ahmed, 2015, p. 119).

En este sentido, para la teórica feminista poscolonial Sara Ahmed, las emociones no son objetos ni estados psicológicos, sino que son interacciones relacionales: “A través de las emociones, o de cómo respondemos ante objetos y los otros, se forman superficies o límites: el ‘yo’ y el ‘nosotros’ toman forma gracias al contacto con otros” (Ahmed, 2015, p. 10). Por lo tanto, las emociones han estado históricamente determinadas por relaciones asimétricas de poder signadas por el patriarcado, el capitalismo y el colonialismo. No obstante, en el contexto de la pandemia, estas emociones son manipuladas con la idea de una falsa identidad en la que todxs, por primera vez, sentimos que podemos ser afectadxs de la misma manera (Gutierrez et al., 2020).

Así, el giro afectivo de las ciencias sociales debe integrarse a la construcción de un nuevo sistema científico que no priorice la razón moderna/colonial y en el que dialoguen los distintos tipos de saberes y sentires. Además, debe atender a la multidimensionalidad de los seres, para lo que los feminismos comunitarios aportan la idea de la relación entre territorios-cuerpos y territorios-tierras (Gargallo, 2012). Las múltiples violencias diferenciales que se ejercen sobre los cuerpos y que han quedado al descubierto con la pandemia, no pueden comprenderse sin analizar cómo ella misma ha sido producto de las afectaciones que hemos generado sobre los territorios-tierra, y que ampliaremos en el siguiente apartado.

La jerarquía “hombre/naturaleza” en cuestión

Lxs profesionales en ciencias médicas son quienes, principalmente, se han ocupado de enfrentar la pandemia producto del virus COVID-19 y han tenido que contenerla en primera línea, han estudiado los mecanismos de funcionamiento del virus, y por esta misma razón, las voces a las que mayor autoridad se le ha dado para hablar sobre él. Sin embargo, creemos que desde el mainstream de este campo del saber no es donde se han podido ofrecer las explicaciones más completas y complejas respecto a las causas de una pandemia que expone los límites del modo de producción y de acumulación vigentes. Estas causas deben ser estudiadas desde una perspectiva transdisciplinar en la que los aportes de las ciencias sociales son fundamentales.

El origen de la pandemia es, claro, la expansión del virus. Con la epidemiología es posible entender que el planeta está lleno de virus y bacterias que necesitan de huéspedes para reproducirse y que, a partir de su encuentro -en este caso entre virus y huésped- se producen las condiciones para que el primero se multiplique. A pesar de que esta explicación es la más difundida dentro de las ciencias médicas, su alcance es muy limitado. Desde la epidemiología crítica, campo en el que trabajan médicxs junto con cientistas sociales, se afirma que las condiciones históricas y de evolución conjunta entre agentes (virus y bacterias) y huéspedes (en este caso nosotrxs), es realmente lo que explica los orígenes de las enfermedades. Entonces, lo que debemos preguntarnos sobre el contacto entre este virus y alguien de nuestra especie, es ¿cuáles fueron las condiciones sociohistóricas del medio en el que nos desarrollamos -tanto virus como humanxs- que posibilitaron este encuentro?

La respuesta, según la politóloga Carla Poth, (2020) es que los orígenes de esta pandemia están en el modelo y la dinámica de acumulación de capital que se ha profundizado en las últimas décadas, por ser el motivo de la destrucción masiva de ecosistemas -del medio-. De esta forma, por destruir territorios, este modelo ha promovido el relacionamiento entre virus y huésped, es decir, nos ha acercado a través de las grandes migraciones, tanto de humanxs como de otros animales.

En este sentido, de acuerdo con Maristella Svampa:

Las causas socioambientales de la pandemia muestran que el enemigo no es el virus en sí mismo, sino aquello que lo ha causado. Si hay enemigo, es este tipo de globalización depredadora y la relación instaurada entre capitalismo y naturaleza. Aunque el tópico circula por las redes sociales y los medios de comunicación, este no entra en la agenda política. Esta «ceguera epistémica» –siguiendo el término de Horacio Machado Aráoz– tiene como contracara la instalación de un discurso bélico, sin precedentes (Svampa, 2020, p. 25).

La “ceguera epistémica” impediría, entonces, entender que es el capitalismo (son los capitalistas), auxiliado por el Estado, el que (quienes) ha(n) generado las condiciones para que el virus pueda desarrollarse. Lo ha hecho a través del modelo agroindustrial extractivista, responsable de la deforestación causada por la instalación de cultivos agroindustriales y el corrimiento de la frontera agropecuaria, que implica necesariamente la destrucción de los ecosistemas -que son el espacio de vida de multiplicidad de especies- y la aceleración del cambio climático. El extractivismo es la manifestación de las lógicas del desarrollo industrial en las dinámicas de extracción de “recursos naturales”, que se sustenta precisamente en la idea de la naturaleza pensada como insumo y no como bien común. Lo que se disputa aquí son territorios que no están vacíos, sino que son vistos como “vaciables”, y que, en efecto, son vaciados de toda naturaleza, incluidxs humanxs, de forma muy violenta. Dada la finitud de nuestra casa común, es este vaciamiento lo que promueve el contacto entre distintas especies.

Sumado a esto, en el modelo de producción agroindustrial no solo hay afectaciones sobre el medio, sino también sobre lxs huéspedes (nosotrxs). Se puede afirmar que la prioridad del modelo no es la producción de alimentos, puesto que esta solo representa el 30% del total (lo demás corresponde a, por ejemplo, piensos para alimentar animales que también son producidos((Queremos dejar señalado el conflicto que nos genera el pensar en otros animales como bienes que son susceptibles de ser producidos como una manufactura más.)) de forma agroindustrial). Los alimentos que se producen así son insuficientes, pero además están fumigados con agrotóxicos y son cada vez menos diversos y menos nutritivos, es decir, hacen menos aportes inmunológicos. De hecho, por contener venenos, la calidad de sus “aportes” es muy cuestionable (Poth, 2020). De manera que no solo estamos más expuestxs al contacto con los virus, sino que también somos más vulnerables a sus efectos sobre nuestros cuerpos.

En síntesis, el modelo agroindustrial extractivista es responsable de la deforestación que implica la destrucción de ecosistemas, y son las causas socioambientales de la pandemia, las que demuestran que es necesario pensar en epistemes transdisciplinarias que partan de profundos entendimientos de las condiciones naturales, de la relación con los ecosistemas y con las otras perspectivas que pueblan la tierra.

En su artículo “Perspectivismo y multinaturalismo en la América indígena”, Eduardo Viveiros de Castro ofrece una alternativa que abre nuevos horizontes de pensamiento para hacer frente a la ceguera epistémica y a este extractivismo causante de pandemias. El autor considera que “todos los seres ven (‘representan’) el mundo de la misma manera, lo que cambia es el mundo que ellos ven” (Castro, 2004, p. 54). El mundo lo habitan humanxs y no humanxs y cada cual aprehende el mundo desde una perspectiva diferente. Viveiros plantea que mientras para lxs europexs la diferencia de perspectiva es el alma de lxs indixs “¿los indígenas son hombres o animales?”, para lxs indígenas la pregunta es por el cuerpo “¿los europeos son hombres o espíritus?”, “el etnocentrismo europeo consiste en negar que los otros cuerpos tengan la misma alma: el amerindio, en dudar que las otras almas tengan el mismo cuerpo” (Castro, 2004, p. 56). Su reflexión central construye los conceptos de multinaturalismo((Para Viveiros de Castro: “El relativismo cultural, un multiculturalismo, supone una diversidad de representaciones subjetivas y parciales, que inciden sobre una naturaleza externa, una y total, indiferente a la representación; los amerindios proponen lo opuesto: una unidad representativa o fenomenológica puramente pronominal, aplicada indiferentemente sobre una diversidad real. Una sola «cultura», múltiples «naturalezas»; epistemología constante, ontología variable, el perspectivismo es un multinaturalismo, pues una perspectiva no es una representación” (Castro, 2004, p. 55).)) y perspectivismo((Este concepto hace referencia a la idea de Viveiros de Castro (2004), según la cual: “Los animales ven de la misma forma que nosotros cosas distintas de lo que nosotros vemos porque sus cuerpos son diferentes de los nuestros. No me estoy refiriendo a las diferencias de fisiología -en cuanto a eso, los amerindios reconocen una uniformidad básica de los cuerpos- sino a los afectos, inclinaciones o capacidades que singularizan cada tipo de cuerpo; lo que éste come, cómo se mueve, cómo se comunica, dónde vive, si es gregario o solitario” (Castro, 2004, p. 55).)), que cuestionan la dicotomía cuerpo-naturaleza universal, a partir de los aportes de la cosmogonía amerindia. Resulta interesante acercarse a propuestas como la del multinaturalismo para descentrar lxs seres humanxs en el estudio de las ciencias sociales y pensar en las múltiples configuraciones del cuerpo -humano y no humano- que aprehenden cosas distintas y que necesitan la tierra para vivir.

A partir de los planteamientos transdisciplinares presentados sobre las causas socioambientales de la pandemia y el ejemplo acerca de horizontes alternativos de comprensión, es posible reconocer la capacidad explicativa de las ciencias sociales en este campo. No obstante, consideramos un desafío potenciar nuestra capacidad como científicxs sociales para vencer la “ceguera epistémica” que tenemos como sociedad. Es decir, para posicionar nuestras respuestas como válidas dentro de un sistema científico que es gobernado por las lógicas del capitalismo.

En últimas, es necesario que las ciencias sociales recuperen el compromiso que tuvieron otrora para trastocar al capitalismo, para debatir públicamente su régimen de verdad y ponerlo en crisis. Que se vuelvan a escuchar las voces de científicxs sociales con el fin de aportar a la comprensión y gestión de este tipo de fenómenos. Para evitar que esto vuelva a suceder en el futuro, es necesario revertir las condiciones de origen de la pandemia, lo que significa ni más ni menos que transformar las formas de producir, de relacionarnos con la naturaleza y de hacer ciencia.

 La jerarquía “ciencia/otros saberes” en cuestión

Este modelo patriarcal, capitalista y antropocéntrico, ha jerarquizado los cuerpos, las labores y las especies. A ello se le suma una jerarquía que ha puesto las razones científicas modernas/coloniales por encima de otro tipo de saberes, lo que ha devenido en la creación de un sistema de producción de conocimiento científico occidental que, aunque está en disputa, sigue siendo hegemónico.

Esta jerarquía se expresa en instituciones globales, enmarcadas en la modernidad/colonialidad y en la fase actual del capitalismo, que pretende formar técnicxs para reproducir sus prácticas también en el ámbito sanitario. Nos encontramos ante un panorama de Salud Pública Internacional Clásica y de Salud Global con profundas lógicas coloniales, surgidas del Consenso de Washington y articuladas por medio de un Reglamento Sanitario Internacional (OMS, 2016), respaldado por la OMS y otros organismos supranacionales para la gobernanza de la salud, noción también neoliberal (Basile, 2017).

Frente a estas concepciones de salud pública aparecen inquietudes sobre la posibilidad de una salud social que escape de este marco. El enfoque de Salud Internacional Sur Sur (SISS((La SISS es un “proceso asumido desde el grupo de trabajo regional de salud internacional y soberanía sanitaria de CLACSO (Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales) [que] busca recrear un espacio público de construcción de pensamiento y acción sociopolítica para problematizar, desarrollar una comprensión y explicación conceptual metodológica que permita ayudar a desmontar cuáles son las falacias de las propuestas hegemónicas y cuáles podrían ser propuestas contrahegemónicas para nuestras sociedades del Sur, en este caso enfocadas al ideario de una nueva Salud Internacional desde una geopolítica Sur Sur, decolonial, intercultural y de soberanía sanitaria” (Basile, 2018, p. 31). También desde CLACSO, durante esta época de pandemia se creó el diplomado superior en Gestión y Políticas de Salud Internacional y Soberanía Sanitaria, para generar puentes críticos respecto a las agendas locales de salud pública y la participación de científicxs sociales y otros actores en conocimiento de ellas.)) ) cuestiona las lógicas coloniales en nuestros países en torno al derecho humano fundamental a la salud y activa preguntas que deben ser pensadas desde las ciencias sociales transdisciplinares: ¿quién produce las evidencias científicas? ¿Quién produce las vacunas? ¿Cómo se financian estas producciones?

Pero no solo desde las instituciones científicas se hacen cuestionamientos a las prácticas y los procedimientos médicos con respecto al virus, porque también se interpelan desde el campo popular. En la cotidianidad de nuestras sociedades latinoamericanas experimentamos la heterogeneidad histórico-estructural (Ansaldi & Giordano, 2012), en la que diversidad de saberes se entremezclan y yuxtaponen. Somos sociedades abigarradas (Zavaleta, 1983) que para sanar no solo escuchamos y seguimos consejos y recetas médicas, sino, además, saberes ancestrales acerca de los cuerpos y de las plantas. Han sido nuestras abuelas quienes (re)conociendo sus territorios y lo que hay en ellos, han transmitido oralmente los conocimientos que tienen y utilizan para cuidar y curar. De esto, tenemos ejemplos como la moringa, el eucalipto, el jengibre, etc. Además, existe diversidad de ritos que se ponen en juego en el momento de prevenir y tratar la enfermedad, como agüeros o rezos provenientes de tradiciones africanas, campesinas, indígenas y cristianas.

Sin embargo, el sistema médico-científico occidental generalmente no valida estos saberes. Por esto, existe una doble jerarquización: de un lado la negación de los saberes no-científicos y de otro, dentro del campo científico, del conocimiento producido por las ciencias no-médicas. De ahí que superar esta jerarquización no es un tema que corresponda  exclusivamente a las ciencias sociales, como hemos mencionado, también es una tarea urgente de las ciencias médicas y de otras epistemes.

Igualmente, debemos tener en cuenta que, como dice Mario Pecheny (2020), “para que estas experiencias sean capitalizables políticamente es cuestión de hacer política. Per se, la experiencia no nos va a dar las herramientas para transformar el capitalismo”. En este sentido, tal como afirmó Nancy Fraser sobre el feminismo en entrevista con Martha Palacio Avendaño en 1990,

Ninguna perspectiva analítica puede ser lo suficientemente fuerte como para superar las agudas asimetrías de poder. El modo de superarlas es a través de la lucha política. El pensamiento analítico puede aclarar la situación, aportar reflexiones, pero por sí misma [sic] no cambia las cosas (Pajares Sánchez, 2020, p. 303).

Por tanto, es necesario que las ciencias retomen su compromiso político, con el fin de construir otras formas de hacer ciencia y otras maneras de hacer política, desligadas de los parámetros moderno/coloniales/patriarcales impuestos.

La jerarquía “economía/salud” en cuestión

Para transformar las lógicas que hemos analizado, es importante que las ciencias sociales reflexionen en torno a los fenómenos políticos que las configuran y que se ven trastocados por la pandemia. Así, es menester identificar cómo la pandemia ha devuelto la centralidad a la gestión de los Estados nacionales y el despliegue de sus políticas públicas para hacer frente no solo al virus sino a las problemáticas estructurales que les han heredado, en casi todo el mundo, sistemas sanitarios deficientes y modelos productivos insostenibles ante una crisis de estas magnitudes.

En nuestro continente, el viejo lastre de la dependencia estructural y la consecuente desfinanciación de la ciencia y la tecnología, sumada a los desastres que ha traído consigo la aplicación de las recetas del Consenso de Washington y (en algunos países) del posterior Consenso de los Commodities (Svampa, 2019), han exacerbado la dificultad de gestionar la crisis sanitaria y económica, incluso civilizatoria. Bajo la falsa dicotomía entre salvar la vida y salvar la economía, que solo pone de presente lo atroz del capitalismo, los ejecutivos de cada Estado han desplegado acciones en pro de una u otra, conforme con los intereses de las facciones de clase que defienden y con la ayuda de las cuales se han hecho a la Presidencia.

Cada país tomó medidas de la manera que le pareció. Algunos estados cedieron ante las presiones de las empresas que necesitan seguir produciendo a cualquier costo humano y, en otros, se implementaron cuarentenas preventivas, sabiendo que el costo de enfermar a mayores porciones de la población era más alto que el parate productivo (Botto, 2020, p. 205).

Así, las medidas tomadas por cada presidente tendieron hacia uno u otro de los polos de dicha dicotomía falaz y los efectos de tales decisiones, en múltiples sentidos, empezaron a verse inmediatamente. En primer lugar, las diferentes posturas entre los mandatarios con respecto a la enfermedad marcaron el derrotero sobre las medidas a tomar. Resalta el contraste entre el negacionismo de Jair Bolsonaro y la extendida cuarentena de Alberto Fernández; sin embargo, entre ambos existe una amplia gama de posiciones, cuyos discursos y acciones tienen serios impactos en su legitimidad como gobernantes.

La inacción del gobernante brasilero fue acusada incluso de genocidio, mientras que el argentino tuvo que enfrentarse con marchas anticuarentena y el boicoteo de lxs liberales. Nayib Bukele, de El Salvador, fue tomado en un inicio como referente, mientras que Andrés Manuel López Obrador tuvo varias salidas en falso y su imagen fue en caída. Por su parte, las gestiones de Lenín Moreno y Martín Vizcarra en Ecuador y Perú, respectivamente, se hicieron tristemente célebres por el pronto colapso de sus sistemas de salud.

La ya poca confianza en el gobierno de Nicolás Maduro, se redujo frente a sus reportes de contagios y muertes y, como era de esperarse, se ponen aún más en duda que los de los otros países, así se sepa de antemano que en varios las cifras no son fehacientes. Así como sucedió en la Bolivia de la dictadora Jeanine Áñez, en la que reconocidos medios de comunicación internacionales denunciaron que el número de muertos podría ser cinco veces superior al reportado((Información disponible en https://www.nytimes.com/es/2020/08/22/espanol/america-latina/bolivia-coronavirus.html)), mientras que la situación aplazó las elecciones que dieron fin al golpe en octubre.

En Chile, la continuidad de Sebastián Piñera y el sistema de salud privado propio del neoliberalismo hicieron que volvieran las protestas y que la exigencia por la nueva Constitución se hiciera tan fuerte que finalmente se materializara a través del plebiscito que se votó también en el mes de octubre, tras su inicial aplazamiento a causa de la pandemia. Para cerrar este listado, que solo deja nombrar algunas de las situaciones, se observa la defensa acérrima del mercado que ha venido adelantando Iván Duque en Colombia, al declarar días sin IVA en medio de la pandemia y destinar más recursos al salvataje de empresas privadas que a subsidios familiares para tener paliativos en la crisis, los cuales, de más está decir, fueron objeto de múltiples formas de corrupción.

Para lxs cientistas sociales latinoamericanxs debe resultar de sumo interés el estudio de las implicaciones que han traído estas medidas para nuestras sociedades y regímenes políticos. Como ya se ha dicho, el escenario pandémico y la toma de determinadas decisiones, han sido marco propicio para el aumento de las desigualdades en la región. Lo que se debe, como bien sabemos, no solo a la profundización de la pobreza y la pobreza extrema en medio de una crisis económica que sufren más los sectores con empleos informales o directamente sin empleo, sino al acaparamiento de oportunidades y a las ventajas que han sabido sacar las élites económicas en complicidad con los mandatarios que toman medidas en su favor.

Al de la evidente concentración de la riqueza en el citado contexto, hay que sumar el análisis de la creciente concentración del poder en manos de los ejecutivos de nuestros Estados y las consecuencias que ello trae para las democracias del subcontinente porque, no solo en términos de democracia sustantiva, sino, incluso en los principios del republicanismo en torno al equilibrio de poderes, este panorama presenta múltiples desafíos. Puesto que, como se ha indicado, las decisiones se están tomando casi que exclusivamente en las cabezas presidenciales y sus gabinetes, en detrimento incluso de los mandos ejecutivos subnacionales, con los que  se han presentado hasta altercados. Los casos de Colombia, Brasil y Argentina son representativos de esta afirmación.

Asimismo, lxs cientistxs sociales latinoamericanxs no podemos perder de vista los clivajes ideológicos gestados en torno a la pandemia y aquellos que vuelven al centro de las agendas, dadas las condiciones sociohistóricas que marcan este momento. La ya mentada discusión en torno al papel del Estado y su relacionamiento con el mercado, la renta básica universal, las acaloradas discusiones sobre las libertades y el control biopolítico, la lucha entre Estados Unidos y China por la hegemonía global, son solo algunos de estos debates que merecen nuestra mayor atención.

Por otra parte, en los primeros meses de la expansión de la pandemia en Occidente, parecía que los discursos neoliberales se hacían insostenibles y (dadas las situaciones en países como España e Italia, luego de las reformas post crisis de 2008, así como el estado de los sistemas de salud latinoamericanos post Consenso de Washington) nadie se atrevería a defender con orgullo la desfinanciación estatal a los rubros de salud, educación, ciencia y tecnología. No obstante, con el transcurrir de los días y, tristemente, de las cifras de muertes, vimos con sorpresa que personajes como Mario Vargas Llosa y una serie de expresidentes latinoamericanos salieron a reivindicar su fe ciega en el mercado para la resolución de la crisis(( Nos referimos acá concretamente a casos como el Manifiesto de la Fundación Internacional Para la Libertad (think thank de derecha presidido por Mario Vargas Llosa) llamado “Que la pandemia no sea un pretexto para el autoritarismo”. El cual fue publicado en abril de 2020 y cuenta con más de 600 adhesiones, entre las que sobresalen las de Álvaro Uribe Vélez (hasta hace poco preso) y Mauricio Macri. El Manifiesto se encuentra disponible en https://fundacionfil.org/manifiesto-fil/)).

Este panorama, junto con el reavivamiento de los legados de la Guerra Fría, que consideramos se encuentran muy vigentes y se evidencian en situaciones como la “carrera por la vacuna” en alusión a la “carrera espacial”, constituyen un momento propicio para que lxs cientistxs sociales repensemos nuestro quehacer. El compromiso ético-político con la transformación de una sociedad fragmentada, descompuesta y herida en múltiples aspectos debe volver a ser la reivindicación fundamental de quienes nos dedicamos a estudiar los fenómenos sociales. Ello implica que a la crisis epistemológica que vivimos debemos responderle con el potenciamiento de las epistemologías críticas desligadas de las formas moderno/coloniales de producir conocimiento para el capital; así como que, a todos los tipos de subordinación que se intersecan sobre nuestros cuerpos actualmente, debemos pensarlos desde horizontes emancipatorios. Esto pasa entonces por la creación de nuevos sistemas científicos que no subordinen lo social frente a las mal llamadas ciencias duras, que sean debidamente financiados para la innovación y superación de la dependencia, que no sigan en manos de quienes nos han traído hasta este punto y que contribuyan a entender que,

Ningún país se salvará por sí solo, por más medidas de carácter progresista que implemente. Todo parece indicar que la solución es global y requiere de una reformulación radical de las relaciones Norte-Sur, en el marco de un multilateralismo democrático, que apunte a la creación de Estados nacionales en los cuales lo social, ambiental y lo económico aparezcan interconectados y en el centro de la agenda (Svampa, 2020, p. 21).

Conclusiones

En este artículo reflexionamos sobre cuatro jerarquías que se pusieron de presente con la expansión del COVID-19 y que consideramos centrales en la construcción y el sostenimiento de la matriz de pensamiento de la modernidad/colonialidad, patriarcal, especista y economicista en la que actualmente vivimos. Estas son:

  1. La primacía de lo productivo, asociado a lo masculino, la razón, lo individual y lo patrimonial, por sobre lo reproductivo: las tareas del cuidado que han sido circunscritas “naturalmente” a lo femenino y asociadas con la emoción, lo colectivo, la esfera privada y lo matrimonial.
  2. La primacía de lo humano, que es justificada en nuestra capacidad para razonar, con la que hemos subordinado al resto de la naturaleza (de la cual también somos parte) y hemos construido las condiciones socioambientales que han devenido en la actual pandemia, las cuales requieren de una comprensión transdisciplinar.
  3. La primacía de la ciencia por sobre cualquier otro conocimiento que no se ampare en el método científico, el cual fue construido por ese mismo hombre blanco moderno que se reservó para sí la capacidad de pensar y de someter a sus propósitos a lo no pensante (o al menos todo lo que, por no poder comunicar a nuestra especie sus pensamientos, nos parece que no piensa).

Y, finalmente, 4. La disputa entre la primacía de la vida o de la economía, que se ha hecho explícita en opciones políticas que, en diferentes países de la región, toman partido por una u otra, y que consideramos falsa porque la economía es precisamente para organizar la vida, no un tema aislado.

Con este complejo entramado de diferentes jerarquías que se imbrican, yuxtaponen y refuerzan, pretendimos demostrar la realidad de la interseccionalidad en el contexto de la pandemia. Las relaciones que se establecen entre la raza, la clase y el género se ponen de manifiesto también en la afectación diferenciada del virus a unos cuerpos que, como hemos dicho, no tiene que ver con el contagio (que es una posibilidad para todxs), sino con las herramientas con las que contamos (unxs y no otrxs) para prevenirlo y hacerle frente.

Además, esta misma reflexión sobre la complejidad nos lleva directamente a señalar la necesidad de adoptar y promover un enfoque transdisciplinario, es decir, de diálogo entre diferentes disciplinas y saberes, cada uno capaz de hacer aportes para entender y enfrentar las causas sociohistóricas que dieron origen a la pandemia y que, de no ser revertidas, seguirán dando origen a otras: el modo de producción y de acumulación del capital y su forma de relacionarse con la naturaleza, incluidxs humanxs.

Esta pandemia, cuyas causas socioambientales no son reconocibles a simple vista, por lo que es necesario develarlas, nos presenta a su vez el desafío y la oportunidad de adoptar epistemes transdisciplinares y que dialoguen con saberes no científicos, que nos permitan debatir públicamente el régimen de verdad de la matriz de pensamiento moderno/colonial capitalista, con todos los otros adjetivos que ya hemos utilizado para caracterizarla. En este sentido, destacamos la importancia del giro afectivo, que pone en crisis la jerarquía razón/emoción, dentro del conocimiento científico, sumado a que cuestiona la división de lo público y lo privado en tanto saca las emociones de la esfera íntima y pregunta por su incidencia en las relaciones sociales, políticas y económicas.

En este momento es central el papel de lxs cientistas sociales para entender las causas y para brindar respuestas a las múltiples cuestiones que están surgiendo y contribuir a gestionar la crisis de toda índole que estamos enfrentando, así como a apañar la incertidumbre, el miedo y el duelo que está dejando la pandemia a su paso. Por lo tanto, las múltiples tareas a enfrentar por las ciencias transdisciplinares latinoamericanas deben guiarse por un compromiso ético y político con su quehacer, que permita superar la ceguera epistémica impuesta por la modernidad/colonialidad, a través de epistemologías críticas. Es necesario posicionar estas epistemologías como un tema relevante de las agendas de discusión política y que no sigan marginadas en nuestros círculos, más allá de los cuales se nos dificulta llevar estos debates y visibilizarlos.

Así pues, es fundamental que las ciencias transdisciplinares y decoloniales por las que abogamos se soporten en las epistemologías del sur (De Sousa Santos, 2011) y contribuyan a fortalecer las luchas anticapitalistas, antirracistas y antipatriarcales que abren horizontes emancipatorios y permiten pensar-sentir-crear nuevas sociedades que no se basen en los binarismos propios de la modernidad/colonialidad que, como hemos visto, derivan en crisis civilizatorias. En este sentido, proponemos y creamos ciencias movilizadoras y transformadoras, que estén a la “retaguardia” (De Sousa Santos, 2011) de los movimientos sociales.

Igualmente, para fortalecer el compromiso de las ciencias con la transformación social, es urgente que el feminismo sea transversal a ellas, lo que implica modificar estructuralmente la forma de producción de conocimiento. Es decir, se requieren aplicar otras epistemes en las que además de incluir a las mujeres y cuerpos feminizados como tema a estudiar y como productorxs de saberes, se construyan paradigmas que puedan acomodarse a las condiciones sociohistóricas que se viven.

Sumado a lo anterior, es indispensable superar el sexismo estructural de las disciplinas académicas que produce y perpetúa una jerarquía de género (Pollock, 2013), por lo que se hace preciso cuestionar a lxs sujetxs que construyen las ciencias sociales, porque no es coherente hablar de decolonialidad, liberación o soberanía cuando se abusa del poder, cuando se explota, acosa o viola a otrxs.

En cuanto a la necesidad de revertir las condiciones de origen de la pandemia, que a lo largo de este artículo hemos explicitado, creemos vital rescatar el papel que los movimientos socioterritoriales han tenido en la creación de alternativas socioproductivas a las del modo de producción capitalista. En este sentido, la agroecología, entendida en su triple dimensión de ser ciencia, conjunto de prácticas y movimiento social, juega un papel fundamental, incluso como alternativa civilizatoria, pues al cambiar radicalmente la forma de producir alimentos para que sean sanos, seguros y cultural y ambientalmente apropiados, se afecta también el relacionamiento jerárquico que lxs humanxs hemos establecido con la naturaleza; se rompen con este paradigma las separaciones artificiales entre productivo/reproductivo, humanx/naturaleza, ciencia/otros saberes y vida/economía.

Por último, no queremos cerrar este artículo sin hacer una autocrítica. Nosotras mismas estamos pasando por situaciones adversas: pasamos más de 200 días de cuarentena, estamos lejos de familiares enfermxs o que incluso han muerto por COVID-19. De hecho, el virus también ha entrado al cuerpo de integrantes de nuestro grupo, pese a lo que seguimos aquí, sosteniendo con nuestra escritura el sistema de producción del conocimiento científico que nos obliga a estar publicando, participando del debate público, a pesar de cualquier circunstancia que afrontemos en nuestra vida personal, como si realmente esta estuviera (pudiera estarlo) separada de las demás esferas de nuestra vida. No obstante, esperamos, con nuestros planteamientos, contribuir en la transformación de ese sistema y al debate que se presenta en torno al papel de las ciencias sociales en la pandemia, en tanto consideramos pertinente reflexionar sobre nuestro presente.

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