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Marcela Villa.
Universidad de los Andes, Bogota, Colombia.
marcemvilla@hotmail.com

 

Resumen: Este artículo aborda la relación entre la actual sensación de posconflicto que atraviesa Colombia y una serie de iniciativas culturales y políticas que apuestan por la construcción de la memoria colectiva desde las perspectivas de la violencia y las minorías. Para desarrollar el análisis se combinan las discusiones teóricas alrededor de la noción de posconflicto con la observación empírica de algunos de sus procesos políticos y legales, y la descripción y reflexión sobre los espacios culturales que se relacionan con este contexto.

Palabras clave: Cultura de la memoria, narrativa,  posconflicto, enfoque diferencial, minorías

 

Abstract: This article discusses the relationship between the current sense of post-conflict in Colombia and a number of cultural and political initiatives that are committed to the construction of collective memory from the perspective of violence and minorities. To address the analysis it uses theoretical discussion around the notion of post-conflict, as well as empirical observation of some of the political and legal processes, and descriptive analysis on the cultural spaces that relate to this context.

Keywords: Culture of memory, narrative, post-conflict, differential approach, minorities

Recibido 3 de Octubre – Aceptado 17 de Octubre.

 

Pensar en la noción de despegue supone usualmente una aproximación económica, un sesgo hacia el crecimiento y la acumulación de riquezas. En el caso colombiano, donde priman aún las prácticas de economía extractiva y donde los índices de inversión extranjera directa han aumentado considerablemente en los últimos años (Garavito, Iregui & Ramírez, 2012, p. 26 y 32), el modelo de despegue económico esconde comúnmente un cúmulo de contradicciones que perpetúan los índices de inequidad. Sin embargo, una mirada más atenta a los fenómenos sociales, políticos y culturales en el país puede descubrir otros modelos de despegue que, si bien albergan sus propias contradicciones, pueden expandir y enriquecer su definición.

El propósito de estas páginas consiste en explorar un modelo de despegue alternativo, que podría evaluarse como político, social o cultural, pues resulta de una mezcla de todos estos factores. A través de la observación de algunas iniciativas y espacios culturales, artísticos y políticos de los últimos años, se rastreará la construcción de una cultura de la memoria colectiva. Esta tendencia se entenderá como un paso al auto-reconocimiento del país y la sociedad en el contexto de la actual sensación de posconflicto en Colombia.

La intención al escoger estos espacios, que van desde informes estatales sobre las memorias de las víctimas del conflicto, exposiciones de celebración de los doscientos años de independencia, intervenciones artísticas con este mismo motivo, y un Premio Nacional de Literatura, se centra en que desde allí puede observarse una tendencia discursiva de rescate de la memoria, tanto a nivel político como cultural. Para analizar dichos espacios se recurrió a una metodología que buscó identificar el propósito, discurso, herramientas y debates generados en cada uno.

A continuación, después de identificar el contexto histórico de este análisis en la idea del posconflicto y la cultura de la memoria, se observarán los espacios de las memorias e imágenes de la violencia, y luego las memorias y voz de las minorías, para finalizar con algunas conclusiones.

Idea del posconflicto y cultura de la memoria

Aunque aún no podría hablarse con absoluta propiedad de un posconflicto en Colombia, debido a las ofensivas que todavía tienen lugar en algunas partes del territorio, existen varias iniciativas y procesos que permiten hablar de una relativa sensación de posconflicto. No se trata únicamente de los diálogos que se dan actualmente en La Habana entre la guerrilla de las FARC y el gobierno colombiano; se trata también de algunas iniciativas legislativas, como la Ley 1448 de 2011 –Ley de víctimas y restitución de tierras- que han comenzado a dar, en los últimos dos años, reconocimiento político, económico y simbólico a las víctimas del conflicto armado interno. Con ello queda implícito el fuerte compromiso de no permitir la repetición de las atrocidades y buscar el fin definitivo de la violencia.

Para Juan Esteban Ugarriza (2013, pp. 143-145), doctor en ciencia política, la noción de posconflicto encierra las ideas de reconciliación política y profundización de la democracia a través de la construcción de paz. Para alcanzar estas máximas, los actores involucrados, con el liderazgo del gobierno y el acompañamiento de la sociedad, deben propiciar la atención a población vulnerable, la justicia transicional, la reparación a las víctimas, los actos públicos de perdón, y la construcción de memoria y verdad. Según el autor (2013, pp. 150-151), no se trata únicamente de un proceso entre víctimas y victimarios, sino de un proceso de reconstrucción de la relación política entre estos grupos y el resto de la sociedad.

Además de los diferentes mecanismos que ha introducido la Ley de víctimas en el contexto del posconflicto, ha hecho un uso particular de la noción de enfoque diferencial, cuyo espíritu ya se encontraba en la Carta Política colombiana de 1991. Incluido en la propia Ley en el artículo 13, dicho enfoque se entiende como un método de análisis y una guía para la acción frente a poblaciones con características particulares en razón de su edad, género, orientación sexual, y situación de discapacidad (Ley 1448, 2011). Aparte de servir para adelantar procesos legales, de protección de derechos humanos o programas y proyectos sociales (Arteaga Morales, 2012, p. 16), este enfoque ha servido también como lente para una nueva aproximación cultural, una nueva mentalidad.

Desde hace algunos años vienen adelantándose en Colombia algunas iniciativas que responden a este espíritu de la época –zeitgeist– de construcción de memoria colectiva y enfoque diferencial. Memorias que difícilmente pueden separarse pues se nutren entre sí  y dependen unas de otras. Sin embargo, a continuación se exponen de manera separada dos de las que se identificaron en los espacios analizados con el único propósito de entender más claramente su naturaleza: las memorias alrededor del conflicto en Colombia y las memorias alternativas que deben empezar a integrar la narrativa dominante en el país.

Memorias e imágenes de la violencia.

Escondido tras una serie de informes a cargo de un grupo de académicos historiadores, sociólogos y antropólogos, se encuentra un proyecto cultural de gran envergadura. El Centro de Memoria Histórica, que hace parte integral de la mencionada Ley 1448, viene desempeñando una labor ardua de reconstrucción de los acontecimientos alrededor del conflicto armado en Colombia. A través de la recuperación, compilación, conservación, análisis y difusión de todo el material documental y testimonial que contribuya a comprender las violaciones ocurridas en este contexto, este organismo se está ocupando de la necesaria tarea de construir la Historia de Colombia desde la perspectiva de una inmensa porción de la sociedad que hasta ahora no ha tenido la posibilidad de escribirla por sí misma: la población víctima.

A través de las páginas de sus informes de 2008, 2009 y 2010, y de su informe general de 2013, se leen balances académicos y recomendaciones para las políticas públicas en el marco del conflicto. Pero más allá de esto, el aporte más sustancial consiste en una serie de testimonios directos de las víctimas, que se suman a las fotografías que capturan los momentos que individual y colectivamente han dejado más huella en las memorias.

Más allá de ser un espacio que responde al llamado de la Ley para esclarecer los sucesos y procesos del conflicto, esta iniciativa debe entenderse como un espacio político-cultural que responde a la necesidad de construir una memoria colectiva a través de las memorias individuales, a través del formato editorial. Y es precisamente allí donde radica su importancia: no se trata únicamente de crear archivos donde se guarden los testimonios, las fotografías y los análisis con el ánimo de nutrir los procesos legales y gubernamentales; se trata de construir un material que circule socialmente y al que se tenga fácil acceso –a través de la compra de los informes impresos, o con la simple descarga por internet-, para asegurar realmente la difusión y apropiación colectiva de estas memorias.

Desde un formato y ámbito diferentes, el Museo de Antioquia, de la mano de una serie de intervenciones artísticas en el marco de la celebración de los doscientos años de la Independencia del departamento, se unió a la construcción de memorias alrededor de la violencia. La exposición Antioquias. Diversidad e imaginarios de identidad, celebrada entre el 12 de junio y el 18 de agosto de 2013 en Medellín, abrió un espacio para la interpretación artística de la identidad antioqueña, y sin ser precisamente éste su propósito, se crearon espacios de debate alrededor de la violencia como eje para comprender al departamento.

Entre otras obras que se refieren a la danza, la música, la literatura o la geografía de Antioquia, se encuentran obras como la de Rosemberg Sandoval, Mapa roto-Antioquia, que pretende mostrar la cartografía rota de departamento, y donde los únicos elementos son el papel y un puñal para realizar el dibujo; o la de Fernando Arias, Humanos derechos, donde un campesino, un paramilitar, una guerrillera y un soldado se desvisten y abandonan las armas frente a una cámara de video para revelar la parte humana y esencial de quienes participan en la guerra; o incluso la de Carlos Uribe en su serie de Horizontes, donde se toma como referencia una pintura tradicional e insigne antioqueña y se introduce la figura de Pablo Escobar o algunos aviones de fumigación de cultivos ilícitos en el paisaje.

De manera sistemática, las temáticas que se incluyen en esta muestra aluden al desplazamiento indígena y campesino, a las huellas del paramilitarismo y el narcotráfico, a las contradicciones humanas que se encuentran tras los uniformes de los actores del conflicto. Sin importar que se trate de una representación de estas problemáticas y no de un testimonio o una fotografía de sucesos reales, el resultado más visible es la manera en que ha calado la conciencia alrededor de la violencia en la identidad de una región. Por este mismo motivo, aquel ejercicio no estuvo exento de críticas y quejas que apuntaban a la inconveniencia de ciertas memorias frente a la dignidad de un pueblo, y que se reflejaron, entre otros, en el periódico local (Gómez, 2013).

Frente al carácter ficticio de toda representación subyace la intención político cultural del debate que se generó alrededor de este espacio: tanto el Museo de Antioquia como contenedor y promotor de esos diálogos, como los artistas y curadores que participaron en su enunciación, como los visitantes que participaron del debate público, contribuyeron a construir memorias e imágenes de la violencia en Antioquia, e incluso a dibujar el importante papel que tienen estas memorias en la identidad misma del departamento.

Memorias y voz de las minorías

Tal vez de manera más juguetona y menos angustiosa se han ido escuchando las voces que apuntan a construir memorias alternativas a la hegemónica tradicional de ciudad, de élite blanca y masculina. Una de las instituciones que ha apuntado a aquella construcción ha sido el Museo Nacional de Colombia, ubicado en Bogotá, y dependiente del Ministerio de Cultura. Particularmente con su exposición Las historias de un grito. Doscientos años de ser colombianos, celebrada entre 2010 y 2011, el Museo se valió de la celebración nacional para hacer una revisión crítica de los discursos y narrativas de este proceso histórico hito del país. A través del diálogo entre el arte histórico tradicional y el arte contemporáneo el Museo se refirió a la participación de libres, pardos, mulatos, mujeres e indígenas en la Independencia.

Incluso, como parte de la celebración se invitó al artista cartagenero Nelson Fory a presentar su obra La historia nuestra, caballero en las salas del Museo. Se trataba de una intervención que ya había sido realizada en espacio público de Cartagena y sería desarrollada también en Cali, donde los bustos y monumentos a los héroes de la Independencia eran coronados con una peluca afro. Con esta participación, tanto el artista como el Museo en su ánimo curatorial, pretendían socavar en la memoria oficial de la nación y de la Independencia, y señalar el vacío histórico e institucional al representar el aporte cultural de las comunidades afrocolombianas.

Aunque no se encontrara explícito dentro de sus líneas de análisis, la idea del enfoque diferencial y el discurso de la pluralidad en la construcción de la memoria atravesaron toda la muestra. El ejercicio de abrir espacios institucionales a voces alternativas no generó únicamente aplausos de quienes reconocieron la importancia del diálogo cultural; también generó polémica y reacciones, reportadas por algunos diarios como El Tiempo, que consideraron aquellas acciones como una burla o incluso como un irrespeto. Sin embargo, el debate mismo puede considerarse como un espacio de socialización de la construcción de memorias alternativas, pues de un panorama de completo vacío en este proceso se pasó a una concientización, ya fuera generando acuerdo o desacuerdo.

De una manera un tanto diferente ocurrió el Premio Nacional de Literatura del año 2013, celebrado por el Ministerio de Cultura y otorgado en Bogotá en el mes septiembre. En esta oportunidad, el ganador del reconocimiento fue el poeta Horacio Benavides por su recopilación de poemas Serena hierba, que ha contado con el aplauso sistemático de los medios de comunicación y de la opinión generalizada. Un hombre que, según la portada de la revista Arcadia nº 95,  “desafió el duro destino del campesinado para convertirse en uno de los más admirados poetas del país” (Caraballo, 2013, en portada). Pero que lejos de olvidar ese destino, lo ha llevado consigo en el corazón de su obra.

La premiación de una obra poética claramente cargada de referencias culturales a la vida en el campo, al conocimiento y la tradición del campesino, no es gratuita en la actual coyuntura nacional. Con ella no pareció buscarse dar espacio y voz en las artes únicamente al lenguaje y los recuerdos de Horacio Benavides; se pretendió elevar y reconocer la voz del campesino. Se trata pues de un reconocimiento político y cultural a una memoria particular, alternativa, que no solo compone una gran parte de la sociedad colombiana, sino que ha sido central en los devenires del conflicto. Y este propósito ha sido reconocido y celebrado en la mayoría de los medios, que no solo reconocen la virtud estética de la obra de Benavides sino su origen, lo que representa.

Hay un tiempo en que la voz

hace eco en las montañas


y el rostro contesta


en el agua

 

Otro


en que el eco

vaga solo


y el agua ríe

para nadie

(Benavides, 2013, p. 108)

Conclusiones

La relativa sensación de posconflicto que han introducido las negociaciones de paz en La Habana y los reconocimientos legales a las víctimas, ha funcionado como contexto y motor para un proceso cultural de gran envergadura: la construcción de una cultura de la memoria en Colombia. Si bien antes de la configuración de este contexto de posconflicto ya existían posiblemente iniciativas que apuntaran al mismo propósito, la fuerza que le imprimen las instituciones y los actores particulares desde los últimos años, y el eco que comienzan a producir, hacen que ésta pueda leerse como una tendencia en auge. Aquellos espacios, aquellas iniciativas que fueron evaluadas en los anteriores subtítulos, guardan una estrecha relación con aquello que Ugarriza llama la construcción de memoria y verdad, propia del posconflicto, que no debe darse únicamente entre víctimas y victimarios, sino atravesar a toda la sociedad (2013, p. 151).

La construcción de memorias alrededor de la violencia y alrededor de las minorías es un único proceso, que lejos de estar dividido en dos segmentos aislados se remite a las mismas herramientas, las mismas problemáticas, los mismos objetivos e incluso, a veces a las mismas poblaciones. En este proceso, como se vio, convergen tanto el Estado, a través de sus instituciones culturales y políticas, como la sociedad civil, ya sea participando en primer grado a través de los aportes artísticos, o en segundo grado a través del debate y la socialización. Se trata de un proceso paulatino, de larga duración y anclado a la historia de las mentalidades braudeliana, pero que en el presente goza de una coyuntura que favorece su avance.

Al presentar algunos de los espacios que cabrían dentro de este análisis, queda por decir que, sin duda, faltaron cientos más que contribuirían a enriquecerlo. Sin embargo, al conectar narrativamente estas iniciativas disímiles, distantes en tiempo y espacio, tampoco se pretendió presentar un panorama completamente coherente; pero más allá de las posibles contradicciones se intentaron leer varias iniciativas bajo una misma óptica, de unir algunas puntadas para adivinar un fenómeno estructural detrás de los eventos individuales.

Finalmente, queda plantear algunos debates que podrían abrirse desde este análisis. En primer lugar, al no tratarse de una iniciativa particularmente colombiana sino de una tendencia occidental hacia la búsqueda de la inclusión y la horizontalidad, y del respeto hacia la pluralidad y la diferencia, cabe preguntarse hasta qué punto se trata de una deuda que comienza a saldar el país consigo mismo, o hasta qué punto se trata de una nueva copia colombiana de los patrones políticos y culturales de los países “desarrollados”. En segundo lugar, aunque puedan aplaudirse estas iniciativas, queda claro que falta un esfuerzo más sistemático por parte de todas las instituciones y de la sociedad en general por incluir otras memorias que hasta ahora no parecen hacer parte de esta tendencia inclusiva: las memorias de las minorías sexuales, de los discapacitados, de las trabajadoras y trabajadores sexuales, de los habitantes de la calle, entre otros.

En cualquier caso se trata de un ejercicio sano, que ojalá trascienda la coyuntura y se establezca definitivamente, pues se trata de un fenómeno mucho más rico que el espejismo de los despegues económicos o la danza efímera de divisas e inversiones, de un fenómeno mucho más enriquecedor a mediano y largo plazo.

Referencias bibliográficas

Arteaga Morales, B. I. (2012). El enfoque diferencial: ¿una apuesta para la construcción de paz?. En Observatorio de Construcción de Paz, Identidades, enfoque diferencial y construcción de paz. Serie de Documentos para la Paz No 3. (15-40). Bogotá: Universidad Jorge Tadeo Lozano.

Benavides, H. (2013). Serena hierba. Tomado de https://www.yumpu.com/es/document/view/17591708/la-serena-hierba-monte-avila-editores/3

Caraballo Cordobés, J. (2013, 15 de agosto). El poeta que vino del sur. Arcadia (95), 12-16.

Garavito, A., Iregui, A. M., Ramírez, M. T. (2012). Inversión Extranjera Directa en Colombia: evolución reciente y marco normativo. (Borradores de economía Nº 713). Bogotá: Banco de la República. Tomado de
http://www.banrep.gov.co/sites/default/files/publicaciones/archivos/be_713.pdf

Gómez Martínez, Juan (2013, 1 de agosto). Museo de Hantioquia. El Colombiano. Tomado de
http://www.elcolombiano.com/BancoConocimiento/M/museo_de_hantioquia/museo_de_hantioquia.asp

Grupo de Memoria Histórica. ¡Basta ya! Colombia: memorias de guerra y dignidad, 2013. Bogotá: Imprenta Nacional.

Ley 1448 de 2011. Diario Oficial No. 48.096 (2011). Tomado de
http://www.secretariasenado.gov.co/senado/basedoc/ley_1448_2011.html

Ugarriza, J. E (2013). La dimensión política del posconflicto: discusiones conceptuales y avances empíricos. En Colombia Internacional (77). (141-176) Bogotá: Universidad de los Andes.

Para citar este artículo: Villa, M. (2013). Zeitgiest: cultura de la memoria y coyuntura política en Colombia. Iberoamércia Social: revista-red de estudos sociales, I, pp. 68-75. Visto en: https://iberoamericasocial.com/zeitgeist-cultura-de-la-memoria-y-coyuntura-politica-en-colombia/

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