DescargaMaría Elena Acuña.
Departamento de Antropología, Universidad de Chile, Santiago, Chile.
maacuna@uchile.cl

Carla Peñaloza.
Departamento de Historia, Universidad de Chile, Santiago, Chile.
carlamilar@u.uchile.cl

Daniela Vega y Macarena Castañeda.
Proyecto Iniciativa Bicentenario- Plan Transversal de Pueblos Originarios y Nuevas Etnicidades. Universidad de Chile, Santiago, Chile.
migraciones@facso.cl

Recibido 17 Abril – Aceptado 11 Mayo

 

Resumen: En este artículo proponemos algunas miradas para poder entender y deconstruir el discurso sobre la familia que articulan mujeres migrantes bolivianas en Santiago de Chile, como un modo de avanzar en una comprensión más antropológica de los relatos de las migrantes. El discurso sobre los hijos e hijas nos permite entender cómo el deseo de transformaciones en el orden de género y las prácticas que se articulan para provocar esos cambios forman parte de la construcción de la estrategia migratoria. El viaje es, entonces, también una metáfora para transformar ese orden social; la migración no es solo económica, sino que es una estrategia para articular una vida distinta, donde las razones de género son significativas.

Palabras claves: Chile, Migración, Género, Maternidad, Identidad

 

Abstract: In this paper we propose some looks to understand and deconstruct the discourse on family, articulate Bolivian migrant women in Santiago de Chile, as a way forward in a more anthropological understanding of the stories of migrants. The discourse on children, also allows us to understand how the desire to changes in the gender order, and practices that are articulated to cause changes are in many cases part of the construction of the migration strategy. The trip is then also a metaphor to transform the social order; migration is not only economical but it is to build a different life, it’s a different life project where gender is significant.

Keywords: Chile, Migration, Gender, Motherhood, Identity

 

Migraciones internacionales y su impacto en las mujeres

En este artículo nos interesa plantear una reflexión en torno a la migración femenina, considerando los nudos y complejidades que hemos visualizado en un trabajo exploratorio de investigación sobre la experiencia migratoria de mujeres bolivianas a Santiago de Chile. De especial interés entre nuestros hallazgos resulta el ejercicio de maternidades que difieren de las prácticas y discursos conservadores hegemónicos y que, por lo tanto, resultan ambivalentes. Un paso previo a esta entrada ha sido indagar cómo se han conceptualizado en la literatura especializada la migración de las mujeres y problematizar su lugar en el contexto de la reflexión sobre este fenómeno.

En efecto, los fenómenos migratorios tienden a ser descritos y analizados a través de paradigmas que privilegian un punto de vista económico, en el cual  la racionalidad económica es el principal elemento que consideran las personas  para decidir migrar; así como los efectos sobre las personas y las comunidades de los procesos migratorios es visto a través del impacto económico a nivel familiar, comunitario y nacional de las remesas económicas enviadas por los(as) migrantes a sus hogares en sus países de origen. La tradicional imagen de los varones como los sujetos que toman las decisiones económicas en sus familias y comunidades centra su mirada, además, en ellos como los impulsores y motivadores de las migraciones, colocando a las mujeres como ‘acompañantes’ o ‘seguidoras’ (Martínez, 2003, p. 50).

No obstante, las dinámicas migratorias actuales muestran otra realidad, son las mujeres, de diferentes edades y condiciones sentimentales y de pareja, quienes toman decisiones individuales y familiares en torno a la posibilidad de migrar, existiendo países como, por ejemplo, Filipinas, Ecuador y Bolivia donde la migración femenina es significativa (Bastia, 2009a, p. 74), tanto así que se habla de la feminización de la migración (Vega, Gil, 2003, pp. 11-21 y Sassen, 2003); concepto que señala un cambio de paradigma en las dinámicas migratorias, vinculándolas directamente con las lógicas del capital global, en las cuales las mujeres han dejado de ser meras acompañantes para asumir un rol clave en la supervivencia de sus familias.

La migración femenina ha sido preocupación de diferentes discusiones por, al menos, cuatro situaciones: inserción laboral precarizada; violencia de género; sexualización de las migrantes y su rol en la articulación de cadenas globales de cuidado.

En cuanto a la inserción laboral de las mujeres migrantes, ésta se produce en trabajos precarizados y de bajo prestigio social, que las ubican en posiciones sociales altamente estigmatizadas lo que, ligado a sus posiciones de clase y étnicas, agudiza situaciones de discriminación material y simbólica. En segundo lugar, se constata la articulación de diversas formas de violencia de género, que implican mayores riesgos de discriminación, explotación y violencia física, simbólica y sexual para las mujeres, provocando diferencias importantes en las trayectorias de hombres y mujeres desde el punto de vista de la vulnerabilidad y la discriminación. Esta situación se liga con el tercer aspecto, que nos enfrenta al hecho de que en muchos lugares de llegada, ya sea como tránsito o destino, las mujeres migrantes de algunos países son víctimas de procesos de sexualización, que las sitúa como objetos sexuales. Estos discursos y prácticas discriminatorias se estructuran como un obstáculo para una inserción laboral en condiciones de equidad (Martínez, 2003, pp. 58-61; Staab, 2003, p. 11).

Por último, las mujeres migrantes juegan un rol fundamental en la articulación de cadenas globales de cuidado, entendidas como “una serie de vínculos personales entre personas de todo el mundo, basadas en una labor remunerada o no remunerada de asistencia” (Hochschild citada en Todaro y Arriagada, 2012, p. 33). Estas cadenas de cuidado se producen en el traslado de mujeres migrantes desde países o ciudades más pobreza otras con mayores ingresos para hacerse cargo del cuidado de los(as) niños(as) y ancianos(as), situación que ha llevado a plantear la serie de complejidades en términos de reestructuración familiar y social en los países de origen y llegada.

Parte de lo discutido sobre este tema se relaciona con la desprotección en que quedan sus propios hijos e hijas en sus países de origen. Bastia (2009a, pp. 76-77; 2009b, p. 391) ha planteado que estas críticas se engarzan con un patrón muy conservador respecto de la familia y los roles de género, que ven en la migración de las mujeres un peligro para la familia nuclear patriarcal conducente a su desintegración por la desestructuración del trabajo doméstico, incluyendo el cuidado de los niños(as). Esta situación iría de la mano de la importancia económica y social que adquieren las remesas enviadas por las migrantes para sus países de origen.

Desde nuestra perspectiva, las migraciones constituyen un importante estímulo para el cambio social y las transformaciones culturales en las comunidades y las familias; cambios que son muchos más complejos y contradictorios de lo que aparentan, especialmente los referidos a las prácticas y discursos maternos, los cuales se intersectan directamente con los mandatos acerca de las responsabilidades reproductivas de las mujeres en el espacio doméstico.

En este artículo queremos describir las bases de los que podrían constituirse en  tres modelos de ejercicio de la maternidad por parte de mujeres bolivianas en la ciudad de Santiago de Chile, exploración cualitativa en curso, con tal de proponerla ampliación del concepto de maternidades transnacionales, más allá de las formas en que establecen los vínculos con los hijos e hijas, sino desde un punto de vista antropológico que nos advierte sobre las variaciones culturales de las prácticas maternas y las posibilidades de cambio en las estructuras y representaciones de género.

Dinámicas migratorias en Chile

En año 2012 se realizó un censo en Chile, censo que debió entregar información actualizada sobre el evidente aumento de migrantes en este país, sin embargo, sus resultados no alcanzaron a hacerse públicos debido a denuncias que mostraron que el proceso tuvo sesgos metodológicos que distorsionaron sus resultados. Sin esta información es difícil hoy día saber con cierta certeza cuánta población migrante hay en Chile, sus procedencias y su situación social, laboral, económica y familiar. No obstante, pese a la falta de datos censales, existe información alternativa que permite sostener que a partir de la década de 1990, Chile ha experimentado de manera creciente el arribo de migrantes latinoamericanos, en un primer momento provenientes de Perú y Argentina y, a partir del año 2000, provenientes de otros países del cono sur de América Latina, como Ecuador, Colombia y Bolivia y el Caribe, especialmente Haití y República Dominicana.

La palabra “migrante” se instala como una marca social reconocida cuyo significado es casi siempre referido a los lugares de residencia, tipo de empleo y calidad del mismo. De manera más singular esta marca es feminizada, pues aun cuando las mujeres migrantes no son una mayoría porcentualmente significativa (en promedio 55,1%, de acuerdo a datos de CASEN2013) sí se observa un incremento progresivo en la última década. Observándolo por nacionalidad de origen, el Departamento de Extranjería y Migraciones (DEM) señala que en el año 2010 el porcentaje de mujeres peruanas es de 56,8%, de colombianas es de 58,5%; ecuatorianas de 55% y bolivianas de 53% (Stefoni, 2011b, pp. 33).

Sin embargo, parte de la trasformación y el desequilibrio de género que genera la presencia de mujeres migrantes en Chile se debe a que su participación en el mercado laboral asalariado supera por mucho a la participación laboral de las mujeres chilenas. En efecto, datos globales constatan que la población ocupada nacional es menor a la ocupada migrante (51,40% versus un 70,80%, según datos de DEM, 2014).

Pese a que los datos que entrega el Ministerio de Desarrollo Social no están suficientemente desagregados por sexo / nacionalidad (revelándose aún falta de una mirada de género e intercultural desde el Estado), sí es posible encontrar información parcial en relación al mayor porcentaje de mujeres migrantes ocupadas que las nacionales. Así, datos entregados por DEM (2014) en base a Casen 2011, señala que según nacionalidad, las mujeres peruanas participan en un 72%, las ecuatorianas un 53% y las chilenas un 43,5%(Encuesta CASEN 2011).

Adicionalmente al patrón de inserción laboral de las mujeres migrantes, otro hecho que hace que la migración sea construida simbólicamente como femenina, es la tendencia a insertarse laboralmente en el servicio doméstico, ocupación donde las mujeres inmigrantes son mayoritarias (Martínez, 2003, p. 44; Stefoni, 2011b, p. 24; Solimano y Tokman, 2006, p. 28, Staab, 2003, p. 12). El proceso de feminización que experimentan ciertos flujos migratorios coincide con el aumento en la incorporación de la mujer al mercado de trabajo, generando con ello una demanda por cuidadoras y trabajadoras domésticas (Stefoni, 2011b, p. 33) y, como las cifras lo muestran, en el servicio doméstico se constata la salida de las mujeres chilenas, y la entrada de mujeres inmigrantes, especialmente peruanas, en la modalidad puertas adentro (Stefoni, 2002, p. 127; Stefoni, 2011b, p. 33). Cabe señalar, como indica la autora, que la “mano de obra” de servicio, no es sustitutiva o competencia para las mujeres chilenas, sino más bien complementaria.

Las nuevas configuraciones de la cultura del cuidado, la expansión del sector servicios y la existencia de la circuitos económicos informales han potenciado la migración femenina, sin embargo, hasta hace algunos unos años, el estudio e interpretación de la migración se había realizado en clave masculina, alentado por racionalidades económicas, y colocando a las mujeres como ‘acompañantes’ o ‘seguidoras’ de los hombres que migran. El hecho de que las mujeres ya no migren solo como acompañantes nos enfrenta a la necesidad de discutir otros aspectos de los procesos de migración que siguen las mujeres como motivos de la migración; las transformaciones en las configuraciones e identidades de género y las transformaciones familiares, entre otros aspectos. Además de considerar el hecho de que el tránsito migratorio –el viaje- así como la inserción conlleva muchas veces riesgos mayores para las mujeres que para  los hombres en cuanto a discriminación, explotación y violencia (Martínez, 2003, p. 8).

Dentro de las transformaciones de género que se han descrito con anterioridad, se encuentra la dislocación de las posiciones de género que viven las mujeres con la integración a las economías del trabajo remunerado, lo que les permite convertirse en ‘proveedoras’ familiares a distancia mediante el envío de remesas (Ducci, 2010, p. 99; Martínez, 2003, pp. 51-54; Stefoni, 2011a, p. 502). La feminización de la supervivencia va de la mano con la migración femenina y depende de las remesas que se constituyen en ingresos nacionales y adquieren importancia en el PIB de muchos países (Vega & Gil, 2003, pp. 16-18).

En términos de las transformaciones de género, muchos estudios se han centrado en los impactos en las unidades familiares tras la migración de la madre tanto en términos del envío de las remesas, como se ha mencionado más arriba, y del cuidado de los hijos(as) y otras personas dependientes; así como las transformaciones estructurales en las sociedades de acogida con las nuevas formas que adquiere el trabajo reproductivo (servicio doméstico, cuidado de los enfermos, etc.), articulando lo que se ha denominado cadena transnacional de cuidados (Skorkia, 2008, p. 2;Todaro y Arriagada, 2012, pp. 106-107).

No obstante, frente al hecho ineludible de que las actuales migraciones están encadenadas, forman parte y son funcionales al desarrollo de la economía neoliberal globalizada, es necesario considerar no solo las oportunidades laborales y económicas que parecen motivar a los(as) migrantes a iniciar un proyecto de traslado hacia otro país, sino las razones y factores de otro tipo, referidas a las condiciones subjetivas de los/as sujetos/as así como a las motivaciones que podemos denominar culturales, es decir, que consciente o inconscientemente incorporan un horizonte de cambios culturales y personales. Esta mirada nos permite reconocer la agencia, como un factor sociocultural y personal de importancia para emprender un proyecto migratorio (Alvites 2011ª, 2011b; Correa 2014, pp. 186-187; Skornia 2008, p. 6).

Las transformaciones en la condición y posición de género, entendida como búsqueda de “autonomía y libertad ante el gran agobio y responsabilidad que sienten en sus contextos de origen” (Correa, 2014, p. 178) ha sido planteado como un aspecto relevante en la toma de decisiones migratorias. Teóricamente, la autonomía de las mujeres es también retratada en las discusiones como una situación en tensión con la maternidad, tanto así que se ha desarrollado el concepto de maternidades transnacionales, que alude a un modelo de familia donde la madre está en el extranjero y desarrolla diversas prácticas de responsabilidad y cuidado a distancia de los hijos(as) (Stefoni 2013, pp. 5-8; Alvites 2011a, 2011b; Skornia, 2008, pp. 5-6). Sin embargo, cuando los hijos(as) se encuentran en el país de destino–sea este temporal o permanente- la situación no es muy diferente, ya que las mujeres también desarrollan estrategias para la manutención de su familia, proyecciones y condiciones de asentamiento, en el marco de procesos de adaptación e integración a los servicios y derechos sociales.

Modelos de estructuración de la maternidad

A través de un conjunto de entrevistas a mujeres bolivianas migrantes residentes en la ciudad de Santiago de Chile, proponemos la existencia de, al menos, tres modelos de ejercicio de la maternidad en contextos migratorios internacionales: mujeres que migran con los hijos(as) pequeños y tienen hijos(as) en los países de residencia temporal o destino; mujeres madres solteras en el país de destino que constituyen subjetivamente en un sujeto único con los hijos(as), y mujeres que tienen hijos(as) y los dejan en sus países de origen al cuidado de familiares. Como veremos más adelante, en la articulación de estos modelos juega un papel fundamental el tipo de relación que se establece con la pareja, la familia y las ideologías de género, en especial en el ámbito de la autonomía y los derechos que se articulan en estos contextos.

En la literatura sobre migraciones que pone atención a las dinámicas y trasformaciones de las relaciones de género, tanto en sus lugares de salida como en los lugares de recepción, es un lugar común el tratamiento de las prácticas y los discursos sobre la maternidad y el cuidado de los hijos e hijas, que como se ha señalado más arriba, muchas veces se encuentra dominado por discursos que no consideran a las mujeres migrantes agentes de procesos de transformación social y cultural a niveles individuales y/o colectivos.

Caso 1: Ana: maternidad y sufrimiento

Ana tiene 35 años, oriunda de Oruro, Bolivia. Vive en Recoleta en una casa arrendada con su pareja y sus 3 hijos, 2 nacidos en Bolivia y 1 en Chile. Llevan 12 años en Chile.

Solo estudió hasta 5° básico, pues a los 8 años quedó huérfana con 4 hermanas menores, lo que la obligó a trabajar. Sin embargo, su propio tío la agredió hasta casi dejarla muerta y escapó a casa de una tía en Santa Cruz, dejando a sus hermanas atrás, las que volvió a ver a los 15 años.

Su esposo fue el primero en migrar. Trabajaba en costura en Santa Cruz y le dijeron que en Chile pagaban bien. Poco después, en el taller donde él trabajaba necesitaban cocinera y se vino ella. Les dijeron que era complicado venir con niños y dejó al menor en Bolivia, viniéndose con la niña mayor.

“Lo que pasa es que a nosotros nos trajeron… me parece que el 2001 o el 2002, no recuerdo exactamente. Lo trajeron a mi esposo porque él trabajaba en costura en Santa Cruz, y una persona le dijo que acá se ganaba bien, y que podía venirse él primero. Se vino el primero y después necesitaban para el taller, que quedaba acá en Santos Dumont, necesitaban cocinera. Yo tenía en ese entonces a la María y al Daniel, y el Daniel era guagüita. Dijo que no podía venir con dos hijos porque era muy complicado en otro país. Entonces decidimos dejar al pequeño en Bolivia y yo me vine con la niña.

Cuando llegamos acá, un año estuvo bien, pero la paga no era lo acordado, la paga era para Bolivia. Él nos daba 10 mil pesos, 5 mil pesos semanal, y nos ajustaba allá en Bolivia. Trabajamos así durante 3 años, pero siempre nos íbamos en diciembre y volvíamos en marzo. Un día decidimos salir de ahí, porque nuestra hija se enfermó, la mayor, y yo me había traído a mi otro hijo también. Y la señora, que era la encargada, una señora de acá de Chile […]. A ella yo le pedí un adelanto, y ella no quiso darme. Mi hija estaba muy enferma, no teníamos previsión, no teníamos dinero, de hecho el dueño decía que si salíamos de la puerta para afuera nos iban a llevar detenidos, y eso que todos los años pagábamos la VISA temporaria, que en ese entonces era sujeta a contrato, no había convenio.

Entonces yo decidí y le dije «sabe que mi hija se tiene que atender», mi hija estaba muy enferma, estaba con una fiebre terrible. Y yo tenía una vecina al frente, que era de la panadería, que me dice «Cómo vas a trabajar en ese estado. No. Tú tienes que salir de ahí». Entonces yo fui a avisarle a ella, y se enojó y fue y se encararon así con la señora. Le dijo «¿Quieres que se muera la niña?» y gracias a esa mi amiga, que se llama Paulina, gracias a ella salí. La señora se enojó, me dio 10 mil pesos para que ir al Hospital. La llevé a mi hija y cuando volví estaba despedida. Y comprenderá que eso fue lo que más acá en Chile lo sufrí”

Como hemos visto en su relato, el primer período de su experiencia como migrante se aglutina en torno a poder contener a su familia nuclear, mantenerse unidos con su esposo y sus pequeños hijos, en el contexto de una primera experiencia laboral en Chile de extrema precariedad y explotación, donde el encierro y la falta de redes de apoyo y de comunicación con el exterior merman la calidad de vida, el ejercicio de derechos y obstaculizan la integración a la sociedad de destino.

Posteriormente a esa experiencia laboral, Ana y su esposo consiguen una pieza y comienzan a trabajar en otros empleos. Ana trabaja de nana y su marido inicia una microempresa de costura. En este nuevo escenario laboral deciden dejar a sus hijos en Bolivia y volver a trabajar en el servicio doméstico. La adaptación a las nuevas condiciones económicas obligan a plantearse nuevamente el tema de la separación de los hijos: “Alcancé a tener a mis hijos un año allá en Bolivia pero después me los traje. Pero eso fue lo que acá en Chile lo sufrí.”

En el relato podemos ver cómo Ana experimenta dos momentos claves en su proceso de migración, etapas en búsqueda de estabilidad laboral y emocional, en los cuales debe decidir en torno a la separación momentánea de sus hijos, sin la certeza de la reunificación de la familia.

El hecho de estabilizar a su familia en Chile provoca que pierda la calidad de donante de remesas hacia el resto de la familia extendida, situación que solo operaba con los hijos en Bolivia. Después de doce años de residencia en Chile, Ana experimenta otras tensiones asociadas a la construcción de su rol materno, que también dan cuenta de la articulación de una familia transnacional y que la enfrenta a la tensión de cómo hacer frente a la discriminación que sufre su hija mayor.

A mi hija mayor la discriminaban mucho. Le decían que “era gorda, que era negra, a veces no quería ir al colegio. Cuando pequeña uno siempre le dice ya hijita, no hagas caso, porque es niña y «ya mamá» me dice. Pero ya cuando llegó a primero medio (secundaria), le hicieron bullying. A mi hija la discriminaron, de hecho una vez casi le pegaron. Y un día mi hija no quiso ir al colegio más”.

Migrar con los hijos e hijas implica para las mujeres hacerse cargo de la vida cotidiana que va más allá del sustento económico y la estabilidad doméstica, como lo muestra Ana, el confort emocional de la familia se desequilibra con casos de discriminación y malos tratos cotidianos. Situación que nuevamente le causa sufrimiento a Ana, pero ella vuelve a consolarse por estar todos juntos.

Caso 2: Sofía: de la familia extendida a madre soltera.

Sofía tiene 36 años y es madre soltera de un niño de 3 años. Aunque lleva 7 meses en Chile, se convirtió en migrante cuando tenía 30 años, siguiendo el patrón de muchos en su barrio, se fue a España con la intención de poder contribuir al presupuesto familiar de su casa formada por su madre y hermanas, ya que su padre las abandonó cuando ella tenía 15 años. “Cuando estaba yo en mi país me sentía degradada, sentía que como mi papá nos había dejado cualquier hombre con el que me casase me tenía que humillar”. Este sentimiento fue la guía para mandar remesas desde España, con el fin tanto de mantener a su familia como para que sus hermanas estudiaran, pero ocurrió lo contrario, estas se casaron sin llegar a estudiar.

Tanto lo aprendido sobre los derechos de las mujeres en España, como su propia experiencia familiar, le hacen criticar las decisiones de sus hermanas, ya que para ella la estructura de relaciones de género en su comunidad hace que la “mujer siempre tenga toda la carga; la mujer tiene que estar con la casa, la mujer tiene que trabajar. Pero cuando en el momento de las opiniones, el hombre tiene que opinar, y la mujer tiene que callar. Eso es lo que no me gusta”.

Sus remesas eran un dispositivo no solo para mantener a la familia, sino sobre todo para apoyar una transformación de las lógicas de género dominantes en su familia, una contribución a la autonomía de sus hermanas a través de la generación de nuevas posiciones de género.

En eso, conoce un hombre, se enamora y se embaraza. Este le promete casarse, pero él ya tenía un hijo con otra mujer y la familia lo obliga a casarse con la madre de su primer hijo. Intentó en un comienzo que el padre de su hijo se hiciera cargo, como vio que pasaba en España, pero no resultó:

“mi primo me dijo: “Aquí no hay eso, aquí no es decir ‘mi amigo’ o ‘el padre de mi hijo’, no es decir así –me dijo – aquí es raro eso. Tú, en otros países quizá se lleven así, aquí no”.

[…] Me dijo que aquí él siempre va a estar, o su mujer o su esposa te va decir que quiere estar siempre con él, te vas, o sea, ella es donde te va a achacar más a ti”.

La madre igualmente compartía la visión del primo, tratando al hijo de huérfano, cosa que Sofía no entendía, pues el padre existía, solo que casado con otra mujer. Hoy, el padre no apoya en nada al cuidado y crianza del hijo.

Entre el rechazo de la familia, la decepción con la pareja y la necesidad de mantener a un hijo, decide venirse a Chile. En Iquique tenía una hermana, pero se queda poco tiempo con ella, por los conflictos de convivencia. Vuelve a Bolivia a sacar los permisos legales para viajar a Chile con su hijo y viaja finalmente a Santiago, por saberlo más grande que Iquique.

En el viaje conoce a otra boliviana y con ayuda de ella y sus contactos en la ciudad encuentra un centro de acogida que la recibe y, luego, un trabajo de nana puertas adentro, siendo aceptada por su hijo.

En su nuevo trabajo, tuvo que pelear por sus derechos. Si bien dice que no ve discriminación en Chile, sí reconoce explotación en el trabajo, aunque ella, gracias a lo aprendido en España, logró defenderse.

“te […] hacen trabajar en casa y si eres extranjero, te van a tratar de hacerte trabajar más horas. […] [A mi jefa] Yo le dije: “Señora, es que yo por mi hijito estoy aguantando las cosas que me hace hacer, pero son 8 horas de trabajo” le dije.  […] Y la señora me dijo: “Que te estoy acogiendo, porque estás con tu hijito aquí en la casa”. “Señora, todo lo pago con el trabajo, así que no me diga que usted me está dando […] lo que duerme en la casa, lo que duerme en esa piecita también lo pago con mi trabajo, señora. Así que no me diga que me está dando gratis, dígame: ¿Qué me está dando gratis usted?”. Eso es lo que siempre nos han enseñado y eso creo que me sirvió de experiencia también”

Reconoce una sola instancia de discriminación: de otros inmigrantes. Lo vio gracias a su hijo cuando, jugando en la plaza, los otros niños de inmigrantes no querían jugar con él porque sus padres lo prohibieron. Esto le extrañó, porque los padres chilenos no les prohibían a sus hijos jugar con el suyo.

Hoy, sueña con volver a Bolivia. Juntar dinero con su trabajo en Chile, construir su casa propia, pues no está dispuesta a volver a casa de su madre, y volver. Cuenta que amigas suyas están haciendo lo mismo y espera vivir la vejez en su país.

Caso 3: María, hijos al cuidado de su suegra en su país.

María tiene 29 años, oriunda de Cochabamba, es madre de 2 hijos, de 11 y 8 años y hace 3 años que vive en Chile. Había estudiado enfermería pero no terminó. Hoy trabaja como “nana” puertas afuera en Lo Barnechea.

Al relatarnos su decisión de venir a Chile, cuenta que estaba pasando por problemas sentimentales que la tenían en un estado de ánimo muy depresivo, del cual sus hijos pequeños (nacidos en Bolivia) estaban siendo testigos. Frente a esto, la idea del viaje emerge rápidamente como una vía de escape. Pensó en su familia en Buenos Aires –destino histórico para la población boliviana- pero, ante la falta de apoyo familiar, decidió venir a Chile donde tenía una amiga que trabajaba como empleada puertas adentro. Esta decisión de migrar se toma en un contexto familiar complejo donde el apoyo familiar es escaso y el ‘salir’ se vuelve un desafío personal.

“yo veía que igual estaba afectando a mis hijos verme triste, porque de repente no comía, me daba lo mismo, estaba entrando en depresión. Y eso les estaba afectando a ellos, entonces yo un día les dije: «Me voy a ir, los voy a dejar con mi suegra». «¿A dónde?». «A Chile». «¿Estás segura?» me dijo. «Sí, voy a hablar con Mabel y le voy a pedir que me ayude». «¿Y el dinero?». «El dinero se consigue, voy a hablar con mi papá, para que él me dé el dinero y me voy a ir». Entonces hablé con mi papá, él me dio el dinero y de esa manera decidí venirme.

Entre las principales dificultades, señala con mucho pesar el hecho de dejar a los hijos en otro país, lo cual lo atribuye por un lado a la conexión madre-hijo, que sería más potente que con el padre, en un gesto que esencializa la maternidad y la representa de forma tradicional. Esta idea se refuerza con el “sacrificio” maternal que implica la lejanía de los hijos en pos de un bienestar mayor a futuro.

“creo que lo más difícil para una persona que se va a trabajar a otro lugar es dejar a su familia, a sus hijos. Ese lazo, fue un poco, para una mamá yo pienso que es más difícil que para un papá, porque las mamás están más conectadas con los hijos. Entonces, por esa parte, me costó como un poco [quedarse en Chile], porque decía «Yo voy a volver, quiero ver a mis hijos, voy a volver, voy a volver». Y después dije: «No, yo me voy a quedar, porque tal vez ahora, ahora tal vez en este tiempo no vea el fruto de mi esfuerzo, pero yo sé que de aquí a un tiempo yo lo voy a ver”

María resuelve el cuidado de sus hijos utilizando un ‘eslabón’ de su propia cadena familiar, en este caso deja a sus hijos con su suegra, puesto que, según señala, tiene un mejor vínculo que con su propia madre.

“yo dejé con mi suegra a mis hijos, porque ellos viven con mi suegra desde que han nacido, han vivido toda la vida con ella. Entonces la relación era mucho mejor con mi suegra que con mi mamá para mis hijos. Entonces, yo por eso preferí dejarles a mis hijos con ella que con mi mamá”

Luego de un viaje de regreso a Bolivia, donde se reconcilia con el padre de sus hijos, se devuelve a Chile y comienza una vida en pareja, siendo una madre a distancia, utilizando las TIC’s continuamente para estar en contacto. Ante la posibilidad de traerse a sus hijos a Chile, María es perseverante en decir que no por varias razones, Chile es un país muy liberal, con pautas de crianza permisivas, donde los padres trabajan mucho y dan poco tiempo a los hijos. Este hecho de traerse a los hijos es poco factible ya que María necesitaría de alguien más para cuidar a sus propios hijos y ella poder trabajar, es decir, tendría que trasladar la cadena de apoyo que hoy tiene con su suegra.

“aquí en Chile hay como que los papás trabajan mucho y le dan a los niños poco. Entonces, yo tendría que contratar a una persona quien me los cuide, pero todo el tiempo vivir cómo estarán. ¿Estarán bien? ¿Qué les estarán haciendo? ¿Habrán almorzado o no habrán almorzado? Ahora en este tiempo, estando ellos con mi suegra, yo no tengo ese, como ese problema de decir: ¿Cómo estarán? ¿Estarán bien o no estarán bien? Yo sé que ellos están bien y eso no me preocupa”.

En el testimonio de María, nos encontramos entonces con discursos tradicionales en torno a la crianza de los hijos –que castiga la ausencia de los padres y a la vez que naturaliza la figura de la madre- sacrificial, coexistiendo con discursos de cierto “desapego”, “liberación” o “escape” de precisamente lo que implican esos mandatos en términos de responsabilidades respecto a los hijos.

María es una madre a distancia y hoy declara que está feliz con su vida en Chile, “estoy feliz, he conseguido las cosas que quería conseguir, familiarmente tengo una vida estable, sentimentalmente igual, económicamente” y se proyecta volviendo a Bolivia en un par de años cuando sus hijos entren a la adolescencia.

Es interesante que pese a que su vínculo con Bolivia sigue simbolizándose en sus hijos; Chile implica mucho más que el trabajo, implica el logro de una vida propia, lejos. Al proyectarse en esta tierra señala: “sí, me gusta, me gustaría quedarme a vivir, pero yo vuelvo, porque yo tengo mis hijos. Si no tuviera hijos, yo haría una vida aquí en Chile y me quedaría a vivir”.

A partir de estos relatos es posible visualizar modelos de ejercicio de la maternidad en diversos arreglos familiares que escapan a la lógica de familia nuclear y donde los relatos de las mujeres reflejan la tensión ideológica entre los mandatos de género tradicional y las decisiones por su bienestar personal, emocional y también familiar, en el contexto de su experiencia migratoria.

A modo de conclusión

Lo anteriormente expuesto nos permite plantear nuevas hipótesis sobre el proceso migratorio, visto desde un punto de vista de género y particularmente sobre el binomio madre/hijo(a).

En primer lugar nos hace relativizar el concepto de (des)apego materno que se ha naturalizado, en especial cuando se refiere a la experiencia de las mujeres migrantes.

Existen discursos contradictorios sobre la maternidad que articulan narrativas sobre el deber, es decir, aquello que se espera que diga una madre-según el discurso dominante-de acuerdo a un modelo de familia que a nuestro juicio es minoritario, pero hegemónico, es decir, familia biparental con hijos(as), todos bajo un mismo techo. Esta estructura funciona más como un ideal guiado por puntos de vistas más bien conservadores, más que como una realidad.

Las entrevistas nos ofrecen una experiencia heterogénea y diversa en los relatos, que da cabida a nuevas formas de pensar la maternidad, como construcción social situada y particular, así como pensar la relación madre-hijos, en tanto trama compleja que no se reduce a estereotipos o esencialismos respecto a lo materno.

Una posibilidad teórica es acostumbrarse a comprender arreglos familiares diversos, que desafían las tradicionales estructuras de género. Es decir, cómo existen otras estructuras familiares diversas, donde no está la madre presente, que puede potencialmente ofrecer niveles de afecto y cuidado para los hijos e hijas de la migración. Así, la red familiar, las otras mujeres de la familia, adquieren un importante rol, que debe ser investigado más a fondo. Abuelas, tías, hermanas, etc. el cuidado de los niños es siempre femenino, pero no necesariamente materno.

Por otra parte, la mujer que migra, que se marcha, cumple el papel de proveedora, que no cumple o ha dejado de cumplir el padre de familia. Este rol económico permite cambios de status y prestigio de las mujeres al interior de sus familias y comunidades, lo cual también es interesante indagar cómo lo viven.

De acuerdo a los relatos de las entrevistadas, las mujeres migrantes, antes de partir, cumplen la doble función del cuidado y sustento económico, pero en mayor medida esta última, más que la primera. Su red de apoyo está dada por otras mujeres de la familia o la comunidad, como soporte al cuidado.

En ese contexto, no es de extrañar que vean la migración como un medio para buscar un mejor sustento para sus hijos, que legitima su ausencia en la crianza. Es interesante el gesto “sacrificial” de las mujeres que dejan a sus hijos/as por un mejor porvenir, pero también ver este viaje como una posibilidad para asumir otro rol, muy distinto al de su “destino” en el país de origen, con el que adquieren mayores espacios de autonomía, prestigio y valoración de acuerdo al sistema económico imperante.

En sus familias de origen, parece ser que el rol de cuidadoras en la crianza de las mujeres migrantes es reemplazable, no así el de proveedoras económicas, el cual no sólo brinda estas oportunidades de “crecimiento” sino que se visualiza como ‘necesario’, un paso desafiante, para construir otra vida “mejor”. En general, se visualiza que estas mujeres, pese a sus frágiles vínculos familiares de origen, logran el apoyo mínimo (económico y moral) necesario para dar ese paso, especialmente en las familias que cuidan a sus hijos fuera. En estos casos estamos en presencia de una familia que asociamos con el concepto de tradicional. Los roles de género están subvertidos incluso antes de la partida y se potencian cuando se está lejos.

De la misma manera, no existe -en términos generales-, una urgencia de reunificar a la familia, pues esto es visto como una dificultad al ya difícil proceso de migración. El apego familiar no es el eje central de la toma decisiones, sino asunto de carácter práctico, como el de la vivienda, la educación, y en términos más generales, la calidad de vida, que pasa por las condiciones materiales más que por estar todos juntos, de acuerdo a la visión de las mujeres migrantes. Lo anterior no significa que no extrañen a sus hijos y a su familia, que las condiciones materiales que encuentran en este país, en general, no sean las que ellas esperaban y las acompañen sentimientos de nostalgia y frustración. Sin embargo, a pesar de todo ello, coinciden en señalar que están “mejor que antes” y este bienestar en la lejanía, sin duda, para las mujeres posee una complejidad mayor dados los mandatos tradicionales de género.

Tal como decíamos al comienzo, es importante analizar la experiencia migratoria no sólo desde la perspectiva material, sino de las representaciones y discursos sobre la familia, el concepto de bienestar, los proyectos personales, y un sin número de otras variables a las cuales en este trabajo nos estamos recién asomando.

En este punto nos preguntamos, ¿hasta qué punto la experiencia migratoria es para las mujeres una experiencia de emancipación y la posibilidad de tener una vida diferente a la que están aparentemente destinadas? La mayoría de nuestras entrevistadas proviene de familias con vínculos complejos y frágiles, presentando, en ocasiones, alto nivel de daño y violencia, donde deben lidiar con excesivas responsabilidades respecto a sus hijos, padres, hermanos, que hacen impensable un proyecto personal, que no sea reproducir las mismas condiciones de vida de su entorno familiar.

Viajar sola, buscarse la vida, no tener responsabilidades familiares, tomar decisiones, y asumir un rol de proveedoras de su familia de origen, les da un valor social diferente al que tenían antes de migrar. Incluso las dificultades que encierra el proceso es leída a posteriori como una experiencia que las hace más fuertes, maduras y distintas a sus pares, y a lo que ellas mismas eran antes de la experiencia migratoria.

Tal vez, ser migrante sea para las mujeres pobres del siglo XXI una forma de emancipación, tal vez la única concreta en una vida marcada por la desesperanza.

 

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¹ Presenta resultados parciales del Proyecto de Investigación “Migración, género y nuevas Etnicidades”, enmarcado en el Plan Transversal de Nuevas Etnicidades, Iniciativa Bicentenario-JGM, Universidad de Chile.

Para citar este artículo: Acuña, M., Castañeda, M. , Peñaloza, C. & Vega, D.  (2015). Narrativas maternas, transformaciones de género y nudos exploratorios sobre las mujeres bolivianas inmigrantes en Santiago de Chile. Iberoamérica Social: revista-red de estudios sociales (IV), Pp. 117-128. Recuperado de: https://iberoamericasocial.com/narrativas-maternas-transformaciones-de-genero-y-nudos-exploratorios-sobre-las-mujeres-bolivianas-inmigrantes-en-santiago-de-chile%C2%B9

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