DescargaRodolfo Ramírez Rodríguez
Universidad Autónoma de México, Ciudad de México, México.
rudolf_rrr@yahoo.com.mx

Recibido 16 Abril – Aceptado 19 Mayo

 

Resumen: Este artículo abordará la compleja situación del proceso de inmigración y colonización* en el México independiente en el siglo diecinueve (1825-1850) a través de los testimonios de algunos inmigrantes europeos. En sus escritos muestran el avance de penetración de los extranjeros en esta nación, así como las compatibilidades y discrepancias en los ámbitos cultural, social, comercial y político, además de relacionarlos con el proceso histórico que vivía el México decimonónico. Muchos de los obstáculos al progreso mencionados serán recurrentes en el país, y en todo el continente americano, lo que generará escenarios de atraso social y subdesarrollo económico a futuro.

Palabras clave: inmigrantes europeos, inversiones, indígenas, literatura viajera, México independiente

 

Abstract: This article discusses the complex situation of immigration and colonization process* in independent Mexico in the nineteenth century (1825-1850) through the testimonies of some European immigrants. In his writings show the progress of penetration of foreigners in this country and the compatibilities and discrepancies in the cultural, social, commercial and political fields, in addition to relate the historical process that lived the nineteenth-century Mexico. Many of the barriers to progress mentioned will recur in the country, and throughout the American continent, generating scenarios of social backwardness and underdevelopment economic future.

Keywords: European immigrants, investments, indigenous, travel literature, Mexico Independent

 

Introducción

La literatura de viajes que se imprimió en Europa durante la primera mitad del siglo diecinueve dio al público europeo una idea general del aspecto de tierras y culturas que les eran desconocidas. Entre ellas resaltaba América como un lugar paradigmático donde abundaban los recursos naturales; siendo una tierra donde podía obtenerse, casi sin esfuerzo, riquezas y beneficios para quienes emprendían el viaje. A inicios del siglo diecinueve Europa experimentaba un proceso inverso al de América, un crecimiento geográfico que pasó de 188 millones a 267 millones de habitantes entre 1800 y 1850, debido a un aumento en la natalidad y a una disminución de la mortalidad por mejoras en los hábitos sociales y por los avances de los descubrimientos científicos que favorecían la salud humana (Poblett, 2000, p. 12). Las empresas colonizadoras recurrieron a cartas, obras de viajeros y a manuales de inmigración para difundir –entre los potenciales inmigrantes– un país como objetivo de colonización que, como México, podía recibir a los súbditos o ciudadanos que salían de su patria en el Viejo Mundo. No obstante, esta información podía ser muy generalizada o estereotipada, y muchas veces falsa o exagerada, como ocurrió con las primeras expediciones colonizadoras con destino a México.

Durante el largo periodo caótico transcurrido entre la consumación de independencia de México (1821) y el inicio de la guerra de Reforma (1858-1861), cuando se promulgaron leyes liberales con el gobierno de Benito Juárez, se sucedieron varios tipos de gobiernos, constituciones y movimientos políticos que detuvieron el anhelado progreso político, económico, tecnológico y militar de la recién fundada nación. La alternancia, discontinuidad y ruptura de los diferentes sistemas de gobierno trajo consigo el descrédito, rechazo u olvido, de numerosas leyes que tenían el objetivo de participar en la recuperación de una nación, que se preciaba de una afamada riqueza aún no explotada, para posicionarse entre las primeras del mundo y poder realizar la materialización de los ideales de libertad y prosperidad.

Uno de los pocos programas de interés nacional –con consenso entre las diferentes facciones políticas–fue el que abrió la apertura a proyectos de colonización con inmigrantes europeos, de quienes se creía pondrían al alcance a las clases bajas del pueblo de México (mestizos e indígenas), sumidas en un letargo de improductividad, los conocimientos y valores morales que ayudarían a mejorar su situación con el paso del tiempo (Berninger, 1974). Si bien es cierto que, se hicieron numerosos proyectos y legislaciones que favorecieran la colonización de vastas zonas geográficas mexicanas, con emigrantes de cultura afín a la mexicana (compartiendo la religión católica y que realizaran actividades agrícolas y artesanales), estos intentos no progresaron porque había una falsa búsqueda de expectativas. ¿Cómo esperar que un determinado grupo de extranjeros pudiera mejorar las condiciones sociales y morales del pueblo de México, si este no contaba con una mejora en cuestiones de educación y salud pública, además de llevar consigo una fuerte herencia de explotación social y de rechazo a la innovación?

La necesidad de poblar zonas de baja o nula densidad demográfica, como eran por entonces las zonas del litoral del Golfo de México, desde Texas a Tamaulipas y de Coatzacoalcos a Tabasco, así como la costa del Pacífico desde la Alta California hasta Chiapas, denotan de antemano la intención de proteger los mayores puertos del país. Tenían como finalidad incentivar en un futuro el comercio en esos puertos, pues México tenía grandes ventajas en su localización geográfica para poder realizar comercio a larga distancia, ya fuera con el resto de América o con lejanos lugares como el oriente de Asia y las islas del Pacífico (Berninger, 1974, p. 28). Sin embargo, la nula inversión por parte de los gobiernos federales y estatales para fomentar el desarrollo comercial, en buena parte por el estado deficitario de las arcas nacionales, frenó cualquier intención de controlar y dominar zonas de importancia geoestratégicas, a pesar de los esfuerzos de José Antonio Gutiérrez de Lara, autor de las primeras leyes de colonización, de Valentín Gómez Farías, Lucas Alamán y Manuel Eduardo Gorostiza, todos promotores de ellas.

Un ejemplo del descuido de sus territorios, ya fuera por ignorancia o por credulidad de la clase criolla en el poder, fue la autorización de colonización a grupos de inmigrantes estadounidenses durante el imperio de Agustín de Iturbide (1822-1823) que se amplió en 1833 con Antonio López de Santa Anna. Texas fue el ejemplo más veraz de una incapacidad de controlar y regular la oleada migratoria por parte de la federación, lo que significó la pérdida de ese territorio y el inicio de un conflicto bélico con los pujantes Estados Unidos de América. Otro ejemplo de descuido fue una zona cuya importancia marítima nunca llegó a consolidarse y no pudo ofrecer las mínimas expectativas para la construcción de un canal interoceánico: el istmo de Tehuantepec (Poblett, 2000, pp. 11-12). Allí los proyectos de colonización, tanto extranjeros como nacionales, terminaron en un fracaso total, que se pueden explicar por la sencilla razón de que este país nunca pudo tener una marina militar ni mercante capaz de desarrollar la industria marítima además de un enorme atraso en el sistema de aduanas mexicano.

La visión de cuatro inmigrantes en México

Visto el contexto histórico, nuestro interés es acercarnos a la experiencia del proceso de inmigración de europeos en México a través de la literatura viajera durante la primera mitad del siglo XIX. Algunos de estos “viajeros” que más bien se deben considerar como inmigrantes (extranjeros radicados en México con una misión específica que condicionara su estancia en el país), debido a que permanecieron de manera continua por un periodo de más de diez años, convivieron con la población, en sitios donde se realizaron esfuerzos de colonización y establecimiento de europeos, y luego se trasladaron a las ciudades en donde trataron de comprender la circunstancia social del país.

Entre los tipos de inmigrantes arribados a México se pueden mencionar aquellos de las compañías colonizadoras con finalidad agrícola (como los ejemplos franceses de Coatzacolacos y Jicaltepec, Veracruz, en el Golfo de México), otro grupo son los emigrados con miras comerciales, mineras o industriales en ámbitos urbanos, y, por último, individuos aislados que tenían diferentes intereses, desde artesanos, pequeños comerciantes, técnicos hasta profesionales o científicos, que son los que han sido menos estudiados (Torales, 2010, p. 321; Pérez, 2010, pp. 83-86), pero que han dejado algún testimonio, como un relato de sus viajes a México, y que conforman el contenido de este artículo.

Entre los inmigrados encontramos a dos que sobresalen por su glosa. Por un lado, estaba el francés Mathieu de Fossey, quien se interesó tanto por las circunstancias sociales de México que llegó a opinar sobre su destino político, e incluso llegó a apoyar una intervención de Francia en amparo de sus intereses en este país. Por otro, el germano Carl Christian Sartorius quien, debido a su permanencia en México por un prolongado tiempo, estaba facultado para describir las costumbres y formas de vida de los grupos sociales desde un punto de vista analítico y concienzudo. Entre los otros muchos nombres que encontramos de emigrados sobresale el ingeniero alemán Eduard Mühlenpfordt que, siguiendo los pasos de Alexander von Humboldt, escribió un estudio científico de las condiciones generales de la República Mexicana. Y por último, aunque no debe considerarse como inmigrante, pero sí como residente por un periodo corto, el austriaco Carl Bartholomäeus Heller, quien realizó una estadía en Veracruz, la vertiente del Golfo de México, y conoció el intento colonizador de Sartorius.

Eduard Mühlenpfordt afirmaba el deseo de que su obra “contribuya, aunque sólo sea en pequeña medida, a difundir entre el público alemán, su primer destinatario, un conocimiento más amplio y exacto sobre este Estado libre, digno de un interés no menor al de cualquier otro del Nuevo Mundo (incluido los alabados Estados Unidos)”, pues su libro estaba “destinado a proporcionar una visión general de todo el país, así como a tocar y comentar sus realidades en la medida que puedan resultar de interés para el gran público” (Mühlenpfordt, 1993, I, p. 24). En Mühlenpfordt es de resaltar su capacidad objetiva de análisis y de comprensión ante las diversas realidades que constituían un país heterogéneo y complejo.

En el libro de Mathieu de Fossey, el autor francés expresaba que “prescindiendo enteramente de la política del país, así como de sus principios gubernativos, cíñome a pintar los sitios que he visitado y el carácter social del pueblo mexicano”, mostrándose prudente este inmigrante extranjero que deseaba asegurar su permanencia en el país, quien además realizó la primera edición de su obra en este país. Terminó por expresar que “en ella se hallará, por una parte, el resultado de observaciones concienzudas y de una larga experiencia, y, por otra, a pesar de pequeñas críticas inofensivas, una defensa ingenua y verdadera contra los ataques de los detractores imprudentes o parciales” (Fossey, 1994, p. 24).

Por su parte, Carl C. Sartorius afirmaba que su obra no era un libro de viajes, ni de relaciones geográficas, etnológicas o artísticas o de historia natural de México, diferenciándose de los autores de su época, sino un “cuadro de estampas del país” (sketches), de aquello que más le impresionó, resaltando en detalle algún aspecto, debido a que durante gran número de años: “residí en un país magnífico, en medio de la gente y con ella. Como miembro de familia contemplé su vida doméstica, y puedo, sin pecar de indiscreto, llamar la atención hacia muchos detalles que necesariamente se le deben escapar al viajero” (Sartorius, 1990. p. 47). Además dijo haberse dedicado al estudio de la historia y de los monumentos, las costumbres y modos de vida de los naturales, “y gracias a esto puedo ofrecer gran cantidad de material, no escaso de frescura ni de estrecha y cuidadosa observación” (Sartorius, 1990, p. 48).

En cuanto a Carl Bartholomäeus Heller su narración era un itinerario de viaje de exposición naturalista, de clara influencia romántica. Su intención fue resaltar el encanto por la naturaleza fértil y exuberante, además de las peculiaridades culturales de las sociedades halladas, expresadas como una mezcla de sentimientos: “Alegría porque al fin se ve la tierra largamente anhelada, temor porque en estas tierras está unida a preguntas vitales de la mayor significación” (Heller, 1987, p. 59).

Los juicios que presentaban en sus obras reflejaban con mucho realismo las actividades productivas, las formas de convivencias y hasta los usos y costumbres de los mexicanos con quienes interactuó como miembros de la minoría extranjera, dentro del conjunto de la sociedad. Esta participación social era uno de los fines de la anhelada inmigración extranjera en México: renovar y mejorar a la sociedad en su conjunto. El lapso de tiempo en el que residieron en México, así como la interacción en los medios sociales (rurales y urbanos) de las décadas de 1820 a 1850, dieron como resultado notables descripciones y juicios muy bien razonados sobre el carácter de la población mexicana, las diferencias sociales del país y el tipo de avance económico o progreso material en él y hasta la posibilidad de vislumbrar su futuro nacional durante sus primeras décadas de vida independiente. También dieron advertencias de lo que podría sobrevenir si no se realizaban cambios estructurales en la organización gubernamental y en la integración de un vasto sector indígena marginado.

Ideas sobre compatibilidad cultural e inversión

El francés Fossey comentaba que la noción que tenían los mexicanos del resto del mundo occidental, a inicios del siglo diecinueve, era errónea y con claro sentimiento de superioridad cultural, pues: “Hasta entonces el pueblo mexicano se había mantenido en la creencia de que, por el otro lado del charco, no había otro país más que España; y que Francia, Inglaterra, Alemania, etcétera, no eran sino provincias del vasto imperio de los reyes católicos” (Fossey, 1994, p. 84) Además se había inculcado a las clases bajas de la sociedad a designar con el nombre genérico de “judío” a todo aquel que no fuera español.

En 1838 un viajero austriaco, de nombre Isidore Löwenstern (2012, pp. 75-76), citaba que los franceses constituían el grupo más numeroso de extranjeros establecidos en la capital (de 2,600 a 2,800 individuos) entre artesanos y negociantes de importaciones. Mientras, los alemanes eran entre 300 y 350, la mayoría de las ciudades de Hamburgo y Bremen; a diferencia del número de súbditos británicos, apenas unos 135. Fossey mencionó en una obra posterior Le Mexique (1857, p. 271), que el número de extranjeros en 1855 era de 25,000, del cual los franceses formaban una sexta parte. Indicaba que entre ellos existían buenos obreros, sobre todo en las “artes mecánicas”. De esto pasó a caracterizar a los extranjeros de las otras nacionalidades radicados en el país, dando algunas de las razones por las que convendría tener preferencia por los franceses sobre todos los demás: a los españoles los etiquetaba como acaparadores de capital: comerciantes, abarroteros y dependientes de tiendas. En cuanto a los ingleses, decía que se dedicaban al comercio o a la explotación de minas; mas expresaba celosamente que los mexicanos “creen o tienden a creer –no sé por qué– que son más dignos de consideración” (Fossey, 1857, pp. 272-274).

En cuanto a los defectos del carácter de los extranjeros, mencionaba que “la petulancia de los franceses puede hacer a algunos de ellos inconsecuentes y conflictivos […] Pero no por esto habrá que tener por cierto que el carácter general de nuestra nación es ligero, desconsiderado e inconstante”. Por su parte, al inglés lo tachaba de egoísta, pueril en “distinciones de clases y rangos”, “soberbio con sus inferiores y rastrero con sus superiores”, y al alemán como celoso de su cultura y vocinglero; ingleses y alemanes eran “exclusivos y exagerados” en sus tratos. Por lo que terminó diciendo, de manera trivial, que “los mexicanos no quieren a los extranjeros […] sean de la nación que sean. La aversión que experimentan por ellos, la han heredado de sus ancestros [indígenas]” (Fossey, 1857, pp. 254, 276, 279). Esa era la razón por la que los franceses se aislaban socialmente y no se permitía que se les tratase a fondo.

Por su parte, en 1848, Heller narró las reuniones que sostuvo con los inmigrantes alemanes, que vivían y laboraban en las colonias fundadas por empresarios alemanes como Sartorius y Stein  (El Mirador) y Ettlinger (La Esperanza), además de la hacienda Zacuapan, (propiedad del señor Baetke), en la zona de Orizaba, Veracruz, que las describió como una “nueva patria” en el nuevo mundo, donde narraba la agradable e ilustrada compañía germana que recibió, unida a la felicidad y el sosiego del ambiente del trópico, que influyó en la actividad laboral de estos europeos (Heller, 1987, pp. 67, 73). Describió que:

Por lo que se refiere a los alemanes de este poblado, su número es mayor que el que haya yo encontrado en cualquier otro lugar de México, con excepción de la capital. Los oficios están todos representados por ellos, además de que los señores Sartorius y Stein han puesto un grupo de gente joven y preparada en los trabajos de dirección (Heller, 1987, p. 68).

Otras zonas promocionadas como oportunidades empresariales para inmigrantes, principalmente ingleses, fueron los distritos mineros de México, como Guanajuato y Real del Monte. En esos sitios Fossey imaginaba la posibilidad, aún grande, de explotar alguna veta de mina para hacer fortuna y, aunque reconoció que esto era más bien un producto del azar, no dejó de alentar esta posibilidad, no sin antes expresar que allí: “las especulaciones sobre minas son verdaderos juegos de suerte y ventura, y son mil los mineros que se arruinan por uno que se enriquece” (Fossey, 1994, p. 177).

Heller (1987, pp. 147, 115) declaró que la capital poseía ya un “sinnúmero de hoteles y restaurantes” que estaban en manos de ingleses, franceses, alemanes e italianos. Mencionaba las casas de huéspedes o “mesones” que ofrecían un “alojamiento muy aceptable y barato, siempre y cuando no piense uno estar en un hotel europeo, pues en los cuartos de un mesón, fuera de una cama de madera, no hay más que cuatro paredes”. En cuanto a las tiendas, el comercio arrojaba “unas ganancias tan altas que por mucho tiempo constituirán un El Dorado para los comerciantes”, lo que repercutirá en los bienes de consumo.

Los aspectos sociales del pueblo mexicano

Los primeros inmigrantes reflexionaron sobre las condiciones del medio ambiente hostil que les presentaban los lugares de posible colonización en México. Las primeras expediciones de franceses para la colonización del río Coatzacoalcos, Veracruz (1829-1833), sufrieron las inclemencias del clima y las enfermedades endémicas del trópico, siendo el hogar del “vómito prieto”, cuya duración iba del mes de mayo hasta fines de octubre (Fossey, 1994, p. 85). Esta epidemia no era contagiosa, como comúnmente se creía, pues el vómito prieto o fiebre amarilla era causado por la picadura de un mosquito. No obstante, en las zonas tropicales el aspecto negativo lo daban los insectos, lo que hacían de la vida “un completo suplicio” para los europeos avecindados en ellas (Sartorius, 1990, p. 59). En el altiplano mexicano, en cambio las enfermedades frecuentes eran las pulmonares, fiebres inflamatorias e insolación y reumatismo, advirtiendo a los extranjeros del aire frío y húmedo que pueden sufrir allí.

Además de estos inconvenientes naturales, la literatura de los inmigrantes se caracterizó por incluir descripciones sobre el aspecto moral y social del pueblo mexicano que, al correr el tiempo, produjeron en Europa una imagen estereotipada de los mexicanos, influenciados por el clima y los vicios sociales. Tal fue el caso del habitante del trópico que se dedicaba a la venta de frutas tropicales, quien “no era partidario del trabajo excesivo” (resumido en la expresión italiana far niente), debido a su innata liberalidad y a la prodigiosidad de la naturaleza fértil de sus tierras, pues tenía a su alcance fácilmente la caza y la pesca:

El jarocho, como suele llamarse al nativo de la costa, se sentiría humillado si tuviera que cargar en su espalda un pesado cántaro de agua, aun cuando el río se encuentra sólo a unos pasos de su cabaña; lo que él hace es unir con una cuerda dos grandes cántaros; los cuelga sobre el lomo del pollino, se monta en éste y se dirige a la corriente. Al llegar al río, se mete al agua con el animal, para que los cántaros se llenen por sí mismos; así no se molesta en desmontar (Sartorius, 1990, pp. 56-57).

Así Sartorius se burlaba de la actitud del habitante de la costa pues: “A esto yo lo llamaría el savoir faire tropical”, ante lo que sugiere la posibilidad de que inmigrantes alemanes pudieran explotar mejor la riqueza de la región, luchando con los inconvenientes del trópico. En su opinión el “atolondramiento y la proclividad a los goces” son actitudes características de las naciones del sur del hemisferio (Ibídem).

La falta de productividad la constataba el austriaco Heller en su visita a la hacienda El Mirador pues, después de describir la constitución de la finca agrícola, advirtió sobre el gusto por la bebida y el juego de los trabajadores mexicanos, que solían convertirse en los vicios dominicales en todos los pueblos. Como contraparte aclaraba que un grupo de alemanes dirigirían mejor los trabajos de esta plantación. Heller manifestaba por ello que el tipo de trato que un extranjero debía darle al mexicano (tanto en el trabajo como en la cotidianidad), tenía que ser preferentemente cordial, pues “nada gusta más al mexicano que, mientras más bajo esté, más gentilmente se le trate. Nada sería más ofensivo que el querer apartarse del todo de tal compañía y bastaría esto para provocar grandes dificultades al viajero”, y agregó que el extranjero, “si sabe adaptarse más o menos a las costumbres del país, no es mal visto”, lo que ayudaría a la realización de todas sus empresas o proyectos (Heller, 1987, pp. 68, 74).

En las zonas rurales del México decimonónico, Heller nos proporcionó dos anécdotas acerca de la impresión que causó su llegada, como extranjero, a dos pueblos indígenas y cómo se sirvió de ello para una posterior ayuda. En la primera, en una región tropical de Veracruz expresaba que: “Los mexicanos tienen a todos los viajeros por médicos”, pues al auxiliar a un indígena mordido por una serpiente en esa comunidad, mencionaba que a la mañana siguiente, gracias a la mejora del enfermo, fueron considerados como huéspedes bienvenidos, y en la tarde se habían convertido en “señores del lugar” (Heller, 1987, pp. 110-111). El otro ejemplo fue en la zona templada del altiplano, en Tenancingo, estado de México, cerca del volcán de Toluca, donde los indígenas lo confundieron con un sacerdote, siendo desagradable el estado de atraso del pueblo indígena, tanto en su vestimenta como su lenguaje, debido a que los otomíes parecían estar en un “estadio muy bajo de civilización y todos ellos llevan en mayor o menor medida la huella de un gran abandono” (Heller, 1987, 161-165, 156-157).

Sartorius, que también recorrió buena parte del centro del país, dio una opinión diferente al expresar que en esta zona era posible encontrar un paisaje con desarrollo de la agricultura en el Anáhuac, integrado por los valles de Tlaxcala, Puebla, México, Morelia, Querétaro y el Bajío, que por mucho tiempo había tenido una densa población. Empero, con motivo del consumo del pulque (bebida fermentada de la savia de ciertos agaves), presentaba un concepto concreto sobre la cultura de los pueblos indígenas, aportando esta valiosa reflexión: “Sus costumbres tradicionales son estereotipos”, refiriéndose a ellos como signos peculiares e inalterables de su cultura a través del tiempo (Sartorius, 1990, pp. 82 y 84).

Mühlenpfordt reconocía la negación rotunda a nuevas prácticas modernas y su apego a su concepción de tradición, “pues se aferran tenazmente a sus viejos usos, opiniones y costumbres”. Enemigos de toda innovación, debido a su desconfianza a cualquier institución o instrumento nuevo, máxime provenientes de blancos europeos. Como a continuación explica (Mühlenpfordt, 1993, I, pp. 197-198):

Si uno se esfuerza por arrancar al indígena algún prejuicio arraigado o alguna opinión preconcebida, o bien en hacerle comprender la conveniencia de una nueva técnica o las ventajas de una nueva herramienta que hasta entonces desconocía, éste escuchará silenciosamente todos los argumentos del caso con un gesto serio, gran paciencia y aparente atención. Nunca rebate las razones esgrimidas, sino que tiende a mover pensativamente la cabeza y a murmurar de vez en cuando “Sí, señor, tiene usted mucha razón” o “es verdad, señor”. Finalmente, cuando uno cree haber alcanzado la meta, dados los aparentes signos de que está de acuerdo, y dirige al indio la pregunta definitiva, es decir, si ahora está convencido y quiere adoptar la nueva técnica o utilizar la nueva herramienta, la respuesta, “Usted tiene mucha razón, pero… nosotros no sabemos… no estamos impuestos a esto” demuestra lo infructuoso que han sido todos los esfuerzos de convencimiento.

Otro ejemplo del apego a sus costumbres y de la incapacidad para favorecer un desarrollo económico capitalista, era la inutilidad de las ganancias obtenidas en pago en metálico originadas por su trabajo, que se solían enterrar en varias comarcas indígenas (como en la región de la Mixteca, los valles de Toluca y el de Puebla). Su origen se debía a la codicia de las autoridades españolas o criollas, procurando entonces mostrar una apariencia de pobreza y extrema necesidad para no ser vejados, pues en su concepción era más importante el trabajo que poseer dinero (Mühlenpfordt, 1993, I, pp. 194-195).

La economía de subsistencia del sector indígena se traducía en la falta de interés por el ahorro y el nulo consumo de productos manufacturados, y mucho menos de servicios que los extranjeros consideraban como básicos o necesarios para una forma de vida confortable. Estas particularidades la captó muy bien el alemán Mühlenpfordt (1993, I p. 200) quien aseguraba que un nativo no compraba lo que podía necesitar, sino que esperaba tener algo que pudiera cambiar en el mercado, para cubrir sus necesidades: “Nunca piensa en ahorrar o en las necesidades del mañana, de ahí que nunca tenga dinero y que en caso de necesitarlo por cualquier razón deba ganarlo siempre mediante el trabajo o la venta de productos”. De este modo, el aspecto económico preponderante era el trueque, cuya forma de cambio era prevaleciente en las transacciones comerciales efectuadas entre la población indígena de México. Este por lo regular consistía en el intercambio de ciertas medidas de granos, o productos pecuarios, por productos manufacturados (como sarapes, rebozos, sandalias, recipientes o utensilios agrícolas), por lo que se pasaba por alto el proceso de obtener dinero en moneda y realizar la compra-venta del artículo necesitado (Mühlenpfordt, 1993, I, p. 353).

Los viajeros franceses de la década de 1850 nos dieron más detalles sobre la falta del desarrollo en el país como el explorador Désiré Charnay (1994, p. 51), quien a su arribo a la capital, habló sobre su población y la actividad comercial diciendo que no iban a la par, debido a la gran desigualdad de consumo per cápita.  Advirtiendo así a los posibles comerciantes y empresarios que solo una parte de los habitantes eran consumidores que movían a la economía del lugar. Otro francés, el médico naturalista Lucien Biart (1959, p. 104) advertiría un rasgo entre la población mexicana: el hecho del no consumo, y comentaba que de siete millones de habitantes “seis no producen ni consumen”, por lo que explica que:

De allí un déficit permanente en la hacienda pública, en tal forma que es casi imposible equilibrar los presupuestos de ingresos y de gastos. Estos últimos, en virtud de la enorme extensión de este país tan escasamente poblado, impedirán por mucho tiempo la iniciación de grandes trabajos de utilidad pública. Solamente la inmigración podría realizar la prosperidad de México; pero Europa parece ignorar que este vasto país es el más rico del planeta […] Enviad millones de hombre a México –muy bien puede alimentarlos–, y no sé hasta qué grado de grandeza y poder podría llegar este país, tan mal gobernado hasta la fecha.

Sartorius complementó la idea de inmigración con las grandes ventajas que ofrecía un país de vastas riquezas, no explotadas por sus habitantes, debido a la enormidad de su territorio, terminando su obra con una reflexión sobre el subdesarrollo del potencial empresarial de México. Ante ello manifestaba que el país “posee inmensas extensiones de tierras feraces, pero apenas exporta uno que otro producto”, en cambio tiene que importar un sin fin de productos manufacturados, cuya balanza de pagos era débilmente sostenida por la prosperidad de sus comarcas mineras, la cual hizo prosperar, hasta antes de la Independencia, a las demás actividades productivas (Sartorius, 1990. pp. 315, 327). Fossey declaraba que este “progreso” se resentía por no haber recibido la industria nacional sino un débil impulso: “y aunque la nueva ley de aduanas sobre prohibiciones ha tenido por objeto el acelerar la acción de las artes industriales y manufactureras; sin embargo […] es permitido dudar que deje resultados favorables muy pronto” (Fossey, 1994, pp. 151-152), por lo que trataba de impulsar la idea de la utilidad social.

La situación política de México según los inmigrantes

La opinión política de Sartorius que daba sobre México era interesante pues, a su entender, “en los últimos 25 años ofrece un cuadro deplorable de conmociones civiles”, recayendo en la total desmoralización del ejército desde que Santa Anna empezó a intervenir en los asuntos de la República: “Durante su prolongada dictadura, todas las ramas de la administración habían caído en irreparable desorden”. Para dar un ejemplo mencionó el reclutamiento ineficaz de la leva a través del enrolamiento forzado al ejército de los indígenas que no mostraban señales de patriotismo, no siendo aptos para la guerra hasta que no se le procurara su desarrollo intelectual (Sartorius, 1990, pp. 231-232, 242-243). Resumía el problema en la inexistencia del sentimiento nacional en el pueblo y en la inactividad, o mala voluntad, de las autoridades en el gobierno. Sobre la administración de justicia en el país, lo mismo que en los asuntos de policía, exigía una reforma pues nada se hacía “para combatir la delincuencia y rara vez se aplica el castigo correspondiente; y no es de sorprender que el vicio y el delito florezcan a tal punto que han llegado a ocasionar un incalculable daño a la parte sana y honesta de la comunidad” (Ibíd., p. 257).

Sartorius afirmaba que la mayoría de la población se interesaba muy poco en los asuntos públicos. El desarrollo de la política nacional había cambiado de las logias (1821-1830) a las figuras políticas en el gobierno, que formaron los partidos políticos (a partir de 1831) y que durante dos décadas dependieron de los intereses sociales de sus clases (hasta 1855). Fue además el tiempo de radicalización política en los Congresos donde se encontraban a los partidos conservadores (del antiguo régimen), progresistas (republicanos), clericales (“partido español”) y los militares (“santannistas”), etc. (Sartorius, 1990, pp. 200-203). Además sintetizaba la mala administración y dirección militar de Santa Anna por su vanagloria y el desafecto hacia él entre la población hasta antes de la toma de Veracruz por la escuadra francesa durante la “guerra de los Pasteles” (intervención francesa de 1838), en la cual Santa Anna participó en su defensa y donde recuperó la estimación popular. La preocupación intrínseca de la política mexicana: “la gran incertidumbre respecto a las fronteras”, debido a la dificultad de poder resguardar convenientemente un enorme territorio, hizo declarar a Mühlenpfordt (1993, I, pp. 29-31) que, con la fallida expedición dirigida por Santa Anna para reconquistar Texas (1841), las fronteras habían quedado “totalmente inciertas”. Así se pronunció en contra de la anexión de Texas realizada por colonos yanquis en medio de proyectos intervencionistas de los Estados Unidos, a las que la definió como un “robo y un atropello de todas las bases del derecho internacional” (Mühlenpfordt, 1993, II, p. 10).

Heller (1987) indicaba la situación social y política mexicana al inicio de la guerra contra los Estados Unidos, describiendo el contexto de gobernabilidad de 1846 en donde: “Las ciudades y las comarcas carecen de vigilancia legal y en todas partes reina la arbitrariedad”, lo que causaba que México “se hunda año con año… y deba hacer frente a su decadencia total si no hace su necesaria renovación” (pp.140, 178). De manera que vaticinó, en 1847, que la debilidad del gobierno, así como la indisciplina del ejército corrupto, no permitió obtener la victoria sobre los invasores norteamericanos. Empero, con las victorias del ejército estadounidense, se había despertado un auténtico sentimiento de defensa nacional en México; sin embargo, consideraba que la tozudez del gobierno mexicano hizo que se dejara “llegar al enemigo hasta la capital antes de concertar la paz” (Heller, 1987, pp. 140, 178).

Finalmente Fossey (1857) planteó (diez años después de la victoria estadounidense sobre México) las posibles expectativas de los mexicanos en cuanto a su interés en la colonización extranjera, pues advertía sobre la inevitable expansión continental de los amenazantes Estados Unidos de América:

¡Mexicanos, no os dejéis seducir por este incentivo engañoso!  Esta libertad desmesurada de vuestros vecinos, esta soberanía del número y del puño, no están hechas a la medida de vuestro carácter, ni de vuestra constitución física o constitución social, de ahí que su posesión no puede mejorar en nada vuestra suerte. Los colonos europeos pueden habituarse bien a este régimen de fuerza bruta, ya que, salidos de la clase baja del pueblo, ellos están dotados de los mismos hábitos, la misma rusticidad y el mismo vigor que los americanos, así como de la energía suficiente para defender sus derechos (p. 473).

Lo que significaba una disyuntiva: o mayor inmigración europea o una intervención salvadora del viejo Mundo, en un momento en que la soberanía de México estaba entre la espada bélica estadounidense y la pared formada por el bloque comercial e imperialista de la Europa de mediados del siglo diecinueve.

Conclusiones

Como hemos visto con las impresiones de cuatro inmigrantes europeos dedicados a distintas profesiones (Mühlenpfordt, Sartorius, Fossey y Heller), entre los años de 1826 y 1850, se puede reconstruir con más claridad las preocupaciones sociales del momento sobre la capacidad o imposibilidad de realizar empresas que beneficiaran el comercio, la industria o la explotación de los recursos naturales que resguardaba un país. Este intentaba crecer en medio de un caos político reinante y del descuido de extensos territorios estratégicos que podían ser tomados por las potencias de la época, enmarcando las posibilidades de inmigración en el México independiente.

En una primera instancia los proyectos de colonización abrieron la puerta a cientos de inmigrantes europeos (sobre todo franceses y alemanes) que intentaron realizar el viaje a la América, esperando encontrar un El Dorado decimonónico. Sin embargo, la mayoría de estas empresas naufragaron por el desconocimiento real de las actividades mineras o agrícolas, que había sufrido un decaimiento desde la obtención de la independencia de México. No obstante, muchos de los inmigrados y residentes extranjeros encontraron otros nichos de acción en el comercio, las plantaciones y los servicios.

A pesar de ello, el principal obstáculo encontrado fue sin duda, más allá de una incomprensión cultural entre mexicanos y extranjeros, la ausencia de un mercado constituido como en Europa, donde la oferta y la demanda delineaban las políticas comerciales, además de faltar un circuito comercial sólido que enlazara al país, aprovechando sus numerosos recursos naturales para hacer fortuna en los negocios. Asimismo, existió un anquilosado sistema de intercambio de bienes, que era muy efectivo entre los pueblos indígenas, pero era incomprendido por agentes de negocios y experimentados comerciantes, que solo consideraban que con la llegada masiva de extranjeros se podía modificar cualitativamente la economía mexicana, a pesar de la mención de leyes proteccionistas sobre las importaciones en esas décadas.

De esta manera se evidenciaron resistencias en la gran mayoría de la población mexicana (indígenas y mestizos), muchos obstáculos al progreso, que se mostraban en la vida cotidiana: como el rechazo a los avances e instrumentos técnicos venidos de Europa, la falta de ahorro y la poca valoración del dinero en contraste con el aprecio al trabajo constante y el intercambio de bienes productivos entre comunidades. El lento avance de la modernidad en México, generó incomprensión y desasosiego entre muchos inmigrados, que esperaban mejores tiempos para efectuar sus empresas liberales y capitalistas. Esto propició, tanto en México como en la América hispánica, escenarios de atraso social y subdesarrollo económico.

Pero el principal aspecto a considerar era la cuestión pública en México, la cual en los primeros veinticinco años de vida republicana experimentó distintas formas de gobiernos y sistemas constitucionales. De modo que el futuro del país era incierto, luego de la ocupación francesa de 1838 y de la derrota en la guerra contra Estados Unidos, 1846 a 1848. Así las cosas, se presentaba la opción de la colonización europea como una última opción de salvación frente al expansionismo creciente de los Estados Unidos de América y, si esto no fuera suficiente, muy pronto se alzaron voces para pedir una intervención proteccionista allende los mares, dirigida desde Europa.

Referencias

Berninger, D. G. (1974). La inmigración en México (1821-1857). México: Secretaría de Educación Pública.

Biart, L. (1959). La Tierra Templada, escenas de la vida mexicana, 1846-1855. México: Ed. Jus.

Charnay, D. (1994). Ciudades y ruinas americanas. México: Conaculta.

Fossey, M. (1857). Le Mexique. París: Henry Plon.

Fossey, M. (1994). Viaje a México. México: Conaculta.

Heller, C. B. (1987). Viajes por México en los años 1845-1848. México: Banco de México.

Löwenstern, I. (2012). México. Memorias de un viajero. México: Fondo de Cultura Económica.

Mühlenpfordt, E. (1993). Ensayo de una fiel descripción de la República de México. 2 t. México: Banco de México.

Pérez Siller, J. (2010). Radiografía de franceses en las urbes mexicanas: tránsito del modelo virreinal al nacional, en Pérez Siller J. y Skerrit D. (coord.). México-Francia: Memoria de una sensibilidad común. Siglos XIX-XX. Vol. III-IV. Benemérita Universidad Autónoma de Puebla / Centro de Estudios Mexicanos y Centroamericanos / Ediciones Eón. México, pp. 73-101.

Poblett, M. (2000). Prólogo a Charpenne, P. Mi viaje a México o el colono del Coatzacoalcos. México: Conaculta.

Sartorius, C. C. (1990). México hacia 1850. México: Conaculta.

Torales, M. C. (2010). La colonia alemana en la capital mexicana decimonónica. La construcción de su imagen pública, en Kohut, K., Mayer A., Mentz B. y Torales M. C. (ed.). Alemania y el México independiente. Percepciones mutuas, 1810-1910. Ed. Herder / UNAM / Universidad Iberoamericana / CIESAS / Cátedra Guillermo y Alejando de Humboldt. México, pp. 315-352.

* En el trabajo utilizaremos inmigración (llegada de personas) como sinónimo de colonización (poblamiento de lugares) / At work we use immigration (arrival of people) as a synonym for colonization (stocking locations).

Para citar este artículo: Ramírez, R. (2015). El rostro de la colonización del México decimonónico. Cuatro testimonios de inmigrantes europeos. Iberoamérica Social: revista-red de estudios sociales (IV), Pp. 153-162. Recuperado de: https://iberoamericasocial.com/el-rostro-de-la-colonizacion-del-mexico-decimononico-cuatro-testimonios-de-inmigrantes-europeos

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